En algún
lugar indefinido en el territorio del quebranto, cuando la resignación germina se reinicia el ciclo de los afanes y los anhelos; las
veredas del duelo culminan en un momento inesperado cuando resurge el ánimo y
se recupera el impulso para seguir adelante…
Dicen los
que saben que no hay mal que dure cien años, que no hay herida que no cicatrice
y que el bálsamo del tiempo es el mejor remedio para todas las lesiones… y
tienen razón. Después de un periodo de pérdidas que parecía interminable e
insufrible, de repente y en un instante recuperé el aliento. Los motivos de la
tranquilidad abandonaron la sombra de la angustia y recuperé la sonrisa habitual.
No!.. No sé
por qué, ni cómo, pero desde entonces se fusionan mis sonrisas y mis lágrimas
en una sensación de alivio y cada día aprendo a vivir con las ausencias que me vulneran
y agradezco las presencias que me fortalecen. Ahora, valoro la importancia de
todos los episodios que tuve que recorrer para darle a mis fracasos su justa
dimensión, para asumir las secuelas de mis decisiones, para ridiculizar los
desaires que me infringieron, para aceptar mis carencias, mis defectos e
ineptitudes.
Sí!.. Esta sensación
bien podría ser el resultado de un proceso cerebral: al secarse la última de
mis lágrimas se liberó la cantidad suficiente y necesaria de endorfina para mitigar
el dolor prodigándome paz. Sea como
fuere, debo agradecer los efectos de este recorrido: la humildad trascendió la
frontera de la vulnerabilidad y se instaló en las convicciones cotidianas
eludiendo la fatal consigna que nos hace humildes sólo cuando somos frágiles.
Debo
confesar que la hazaña de llegar a la meta en este penoso recorrido no es
individual porque yo no hubiera avanzado sin el cariño de mi familia, sin la
solidaridad de mis seres queridos. Gracias a ellos, esta mañana desperté con el
ánimo para reabrir la carpeta olvidada de mis letras, para enfrentarme a la
blancura de una página vacía y llenarla con palabras.
Hoy, como
hace años, la imperiosa necesidad de escribir resurgió en un corazón saturado,
cuando la presión de los silencios sobrepasó su límite natural y frenéticamente
buscó una salida. Llegó el momento de reiniciar el diálogo instintivo entre el teclado
y la conciencia. Mis palabras recuperarán la forma, la substancia y el color
cuando una mirada las recorra; mis ideas y mis sueños cobrarán vida cuando
alguien les regale un breve lapso en su recuerdo.
Como
siempre y desde entonces, agradezco la gentil consideración de los lectores que
me extrañaron, agradezco esta nueva oportunidad para sincerarme ante una audiencia
invisible en este momento en que recupero la vocación postergada, cuando se
reinicia el ciclo de mis afanes y mis anhelos. Y desde aquí, donde las veredas
del duelo culminan, quiero compartir el resurgimiento del ánimo para seguir
adelante…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario