domingo, octubre 08, 2006

Del origen y el Destino

En algún lugar del trayecto, en un instante perenne entre el origen y el destino, las presencias se transforman en reminiscencias y el aroma del hogar se instala en la grieta más profunda de la memoria, donde la realidad no puede alterarla ni distorsionarla…

Una de las secuelas del modelo económico sustentado en el mercado, es la sacralización del trabajo: las condiciones de vida, y la vida misma, dependen del trabajo, sin él no ha posibilidad alguna de sobrevivir con dignidad y no se puede ascender en una sociedad cruelmente estratificada.

En la aldea global, como en todas las épocas anteriores, el instinto de conservación se impone y para sobrevivir es indispensable trabajar, donde sea y como sea. Y así, buscando el sustento y un mejor porvenir, millones de seres humanos se han desplazado en olas migratorias, tenues pero persistentes, subrepticias pero contundentes.

Por eso, actualmente millones de vidas transcurren en dos sitios diferentes y distantes; se nace en el terruño, que se abandona buscando la preparación académica que brinde mejores oportunidades de trabajo, las que se encuentran en los centros estratégicos de desarrollo, generalmente al otro lado del mundo, y ahí se vive en un lugar y se trabaja en otro.

Así, la ubicuidad es una de las características del hombre postmoderno: son varios los gentilicios que pueden atribuirse a una persona, ya sea por su origen, por su formación, por su profesión, por su domicilio fiscal ó por la dirección de su casa, pero la manera más efectiva de localizarlo es mediante correo electrónico, telefonía celular o señales satelitales, que son dispositivos y artefactos extraterritoriales, que irónicamente también son ubicuos.

Las migraciones, los desplazamientos de las personas en función del trabajo con la intención de adoptar una nueva residencia, es un componente de cambio poblacional tan decisivo como la fecundidad y la mortalidad.

Pero como todo tiende a evolucionar, las olas migratorias han derivado en la trans-migración: todos los días se recorre el mismo trayecto de ida y vuelta, del hogar al trabajo y del trabajo al hogar, invirtiendo gran parte del día en transportarse de un lugar al otro y viceversa. El hogar es tan sólo el lugar donde se pernocta porque la vida se dispersa allá afuera.

Y así, las biografías en la postmodernidad son una transmigración, los seres humanos viven sin ubicación permanente ni destino establecido, lejos de las raíces, cerca de todo y de nada a la vez, repartiendo la memoria en varios entornos y dejando un pedazo del corazón en todos ellos.

¿Yo?... Soy un compendio de gentilicios… cuenta la leyenda que mis bisabuelos nacieron en Loreto y llegaron a Mexicali buscando trabajo; años después, los abuelos viajaron desde Tijuana hasta Puebla por la promesa de una vacante en el ferrocarril; pero la promesa no se realizó y durante el triste regreso hicieron una escala forzada en la Ciudad de México, donde por azares del destino, se conocieron mis padres; mi padre fue el hijo único de una joven que nació en Querétaro y creció en Zacatecas donde se enamoró; por los agravantes de la situación tuvo que cambiar su residencia a la Ciudad de México, donde cuarenta años después yo nací, y ahí crecí, estudié y me casé; por requerimientos del trabajo he vivido en San Luis Potosí, donde nació el primero de mis hijos, volví a la Ciudad de México, donde nació mi hija, quien al cumplir los dos años emprendió con su familia el viaje a Mexicali, donde vivimos desde entonces.

Ahora, el calor de los brazos de mi madre es una necesidad vital que me parte el corazón, porque desde aquel instante perenne entre mi origen y mi destino, cuando las presencias se transformaron en reminiscencias, el aroma del hogar emergió de la grieta más profunda de mi memoria, donde la realidad nunca pudo alterarla ni distorsionarla…

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