domingo, enero 21, 2007

El Efecto Golem

“¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana
di otra causa, otro efecto y otra cuita?”
Jorge Luis Borges.


En algún lugar de las paradojas, en el punto sin retorno, los efectos reales de una idea exceden cualquier ficción y a todas las expectativas; y entonces, en un proceso inexorable e incontenible, se revierten los resultados, los beneficios se distorsionan y en el balance predominan los estragos…

En la actividad humana, existe un proceso paradójico que transforma los beneficios presupuestados y desencadena consecuencias trágicas e incontrolables.

En la ficción literaria, este proceso ha sido magistralmente descrito por Mary Shelley en “El Moderno Prometeo” y por Jorge Luis Borges en su poema “El golem”. En ambos casos, tanto el Doctor Víctor Frankenstein como el rabí Judá León en Praga, las iniciativas del intelecto humano pretendieron traspasar los límites de la naturaleza, de las leyes universales y divinas, con resultados catastróficos.

En la realidad, superando a las ficciones literarias, abundan los ejemplos de los proyectos gubernamentales que, al implementar soluciones extremas para un problema específico, han generado conflictos y tragedias verdaderamente épicas.

El plan del Tercer Reich para exterminar a la comunidad judía provocó un conflicto bélico mundial cuyo desenlace fue la división del planeta en dos hegemonías antagónicas; el diseño biogenético de un virus letal como arma química degeneró en el VIH, un virus inexpugnable que ha flagelado a la humanidad; de la misma manera, las estrategias militares que en el papel producían invasiones contundentes y negocios exitosos han resultado en devastaciones y masacres, como en Viet-Nam y, actualmente, en Irak.

Pero si algún proyecto ha desencadenado el efecto Golem, es sin duda, la operación Irán-Contras durante la administración Reagan: una red de tráfico ilegal de armas con destino a Irán, en ese entonces en guerra con Irak, cuyas ganancias fueron destinadas a financiar a la Contra nicaragüense y a la realización de acciones terroristas contra el gobierno constituido por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). El aspecto más turbio de esta triangulación fue el uso de cocaína de los carteles colombianos para financiar a la Contra, con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA); en esa época, los colombianos adquirieron por lo menos un rancho para almacenar cocaína traída de Colombia por mar y aire, y reenviarla a Florida y Georgia en pequeños aviones.

Hoy por hoy, la guerra contra el crimen organizado que han emprendido las autoridades norteamericanas es el desesperado intento por contener los estragos causados por el “monstruo” que ellos mismos crearon. El mercado de estupefacientes ha desbordado todas las expectativas y ha superado cualquier pronóstico.

Y al esfuerzo por someter y contener al mercado de estupefacientes se añade la configuración del nuevo orden legal: las leyes supranacionales legitiman la intervención jurídica del poder hegemónico en el estado de derecho de los países sometidos. La reciente extradición de los capos del narcotráfico en México a Estados Unidos es la evidencia clara de este fenómeno.

En una falacia global, el derecho a la intervención es concebido como la obligación de los estados dominantes en el orden mundial de intervenir en los territorios de los países sometidos con el supuesto interés de prevenir o resolver problemas humanitarios, garantizar acuerdos e imponer la paz.
Es muy posible que el nuevo orden legal supranacional sea la causa de un nuevo monstruo, de un golem globalizante y pernicioso que aún no somos capaces de imaginar… pero sus efectos reales excederán cualquier ficción y expectativa; y entonces, en un proceso inexorable e incontenible, los beneficios se distorsionarán y en el balance predominarán los estragos…

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