domingo, enero 07, 2007

Paseos y Callejones

En algún lugar de la realidad, las costumbres han configurado la geografía social donde coexisten los vicios y las virtudes; por eso, existe un espacio para todas las expresiones de la condición humana, desde las sublimes hasta las perversas…

Históricamente, todas las sociedades han comprendido la existencia de diversos grupos humanos que realizan alguna función específica. Así surgieron los ámbitos identificados por la antropología social: el clero, la milicia, la política, la academia, la cultura y el pueblo, pero también surgió la ilegalidad.

Circunscrita a las zonas de tolerancia, la esfera de la ilegalidad albergó a indigentes y mendicantes, traficantes y prostitutas, vagales y maleantes, delincuentes y viciosos: todos esos personajes sombríos que Naguib Mahfouz describió magistralmente en “El Callejón de los Milagros”.

De esta forma, adquirió vigencia el principio no escrito que determinaba que cada una de las actividades debería realizarse dentro de un espacio exclusivo y específico, sin intervenir en los demás y sin permitir incursiones ajenas.

Todos los poderes coexistieron en armonía, cada cual en su esfera respectiva: el Estado, la religión, la cultura, la ciencia y la academia, pero también el vicio y el placer.

La gran diferencia entre las actividades socialmente aceptadas y las ilícitas se ha ubicado en su difusión: las virtudes siempre han sido públicas y se ostentan en los grandes paseos y avenidas; mientras los vicios siempre son privados y se mantienen en la oscuridad de los callejones.

Pero las perversiones no son la exclusividad del ámbito de la ilegalidad: también se han realizado abusos aberrantes bajo la aureola de la religión, tras bambalinas, en la sombra de la política y con el pretexto de la fama.

La esfera de la ilegalidad cobró un poder inusitado debido a la dualidad de la condición humana y a su capacidad para impregnar subrepticiamente a los demás esferas.

Porque los seres humanos tenemos una extraña aptitud: somos capaces de crear y percibir lo sublime, pero también somos aptos para la degradación. Y si a eso se le agrega la urgente necesidad de sobrevivir, entonces es lógica y comprensible la expansión de la esfera de la ilegalidad.

Hoy por hoy, los operativos de seguridad nacional implementados por el gobierno federal en los estados mexicanos de Michoacán y Baja California responden precisamente al desbordamiento de los límites establecidos entre los ámbitos del poder.

El crimen organizado ha permeado en todas las esferas sociales; abandonó el territorio de la clandestinidad debido a la falta de un verdadero estadista al frente del gobierno federal, a la ausencia de liderazgo del expresidente Vicente fox y al vacío de autoridad durante su régimen.

La inseguridad y la corrupción son una generalidad y no un vicio exclusivo de un partido o de algún gobierno estatal. El flujo de dinero y mercancías ilícitas ha sobrepasado con creces la gestión de los gobiernos para generar empleos y mejorar el nivel de vida de la población. El crimen organizado traspasó los límites tradicionales, se incrustó en los sectores más jóvenes y se adueñó de las ciudades.

Por eso, para evitar que alguno de los poderes fácticos se extienda a las esferas sociales y apaciguar la actual lucha por el monopolio de la violencia, es necesario recuperar el equilibrio ancestral, redefinir las fronteras y reubicar a cada una de las instancias del poder en su propio entorno.

Sólo así se recuperará la armonía, y en el balance podrán compartir la realidad tanto los justos como los bandidos, los ignorantes y los cultos, los políticos y los ciudadanos, los creyentes y los herejes… configurando la geografía social donde coexisten los vicios y las virtudes, delimitando un espacio para todas las expresiones de la condición humana, desde las sublimes hasta las perversas…

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