domingo, enero 14, 2007

Virus Total Adquirido

En algún lugar del inconsciente, donde yacen los vicios que denigran la condición humana, cuando el poder infecta al pensamiento, las convicciones colectivas se transforman en un mecanismo de control que impregna todo el espacio social...

Es, humanamente, inevitable. Aún no hemos logrado aislar el virus que provoca las crisis compulsivas del poder, y por eso, de cuando en cuando, surgen líderes que se transforman en tiranos.

Son muchos los que han sucumbido al culto de la personalidad y a la tentación de concentrar en su persona todo el poder, demasiados han justificado su actuación política mediante una doctrina global que se manifiesta en todas las esferas de la actividad humana, y ya son más que suficientes aquellos que han empleado sistemáticamente el terror para eliminar a la disidencia y acallar la oposición.

Los estragos que un estado totalitario infringe han sido extensamente expuestos y documentados; tras el derrocamiento de las dictaduras modernas y con la debacle del bloque soviético se exhibieron los excesos y abusos cometidos.

Por eso ahora, pueden identificarse las restricciones y las imposiciones utilizadas en las estructuras totalitarias: la ausencia extrema en las libertades de conciencia y políticas, un partido único, economía centralizada y una organización policial aterrorizante como garantía de la efectividad del régimen.

Además, el fundamento de toda dictadura es una ideología oficial elevada a un nivel de cosmovisión social global y globalizante que se impone de manera incondicional y coercitiva por el soberano.

Paradójicamente, es la ideología lo que forja a los líderes y lo que sustenta al dictador, pero también es la ideología lo que derroca a los regímenes totalitarios.

Porque las dictaduras surgen en cualquier tendencia del espectro político, desde la ultra-derecha hasta la izquierda radicalizada, pasando por el centro, por encima de la democracia, y asumen posturas intolerantes, provocan polémica y polarización aplicando criterios fundamentalistas.

En la esquina del socialismo tropical, Hugo Chávez, con su anuncio de crear la República Socialista de Venezuela radicalizó las opiniones: unos lo ven como un político lenguaraz del trópico y otros como el caudillo capaz de enfrentar al neoliberalismo depredador.

Mientras en la esquina del capitalismo global, George W. Bush, ha mantenido su política de exterminio lanzada en Irak, disfrazando la venganza como el combate al terrorismo internacional, y en el último intento por sostener a su régimen se responsabilizó de los errores cometidos en su cruzada en Medio Oriente.

Pero si la figura del dictador y toda la parafernalia que lo sustenta son aberrantes, son verdaderamente desconcertantes el convencimiento que estos pseudos-caudillos logran en la ciudadanía, el nivel de aceptación que alcanzan y el proceso que los encumbra, y/o perpetúa, en el poder.

No he logrado identificar el momento preciso en el que la simpatía de los militancia se trasforma en fanatismo, ni cuando la razón de la disidencia se tergiversa en una ciega obstinación.

Los procesos durante los cuales se configuran los dictadores potenciales nunca han sido muy difundidos fuera de sus fronteras porque generalmente surgen en la oposición; generalmente, la noticia se expande hasta que el carisma de un líder logra derrocar al régimen establecido y se perfila hacia una soberanía totalitaria.

La exploración del pensamiento aun no ubica la frontera entre la genialidad y la locura, la cartografía de las ideas no ha precisado el meridiano donde emigran las esperanzas de un pueblo para residir entre las líneas de un discurso demagógico, y mientras el inconsciente colectivo sea manipulable, no se erradicará el virus del totalitarismo… que transforma las convicciones colectivas en un mecanismo de control que impregna todo el espacio social...

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