martes, junio 24, 2008

El acento veleidoso del protocolo

En algún lugar del canon, en el recinto donde se perpetúa el pasado, todos los episodios de la historia se conservan bajo el sello indestructible de la casuística; sin embargo, la custodia de las epopeyas y la imposición de los rituales son privilegios transitorios y perecederos, como el poder…

En todos los capítulos de la historia, el único registro inalterable es el referente a las causas y a sus efectos, porque el criterio del escrutador suele ser cambiante, dependiendo del criterio que predomine en las esferas del poder.

Los rasgos de la historia coinciden con la caligrafía de los vencedores, y los protocolos materializan la idiosincrasia del grupo en el poder. Así lo demuestran los volúmenes de la historia oficializada durante el Priato, y su costumbre de entronizar al presidente en turno, rindiéndole pleitesía en ceremonias solemnes.

En cada sexenio, se elegía un héroe, se adoptaban sus frases célebres y su nombre se consagraba en glorietas, avenidas, estatuas y escuelas. Aquella rotonda de héroes y próceres circulaba en las monedas y los billetes por todo el territorio nacional, desde el lumpen hasta las élites.

Durante el apogeo de la Revolución Institucionalizada, el día del Informe Presidencial era la ocasión perfecta para exhibir la sumisión incondicional de las fuerzas vivas al mandatario, la aceptación tácita de las cifras presentadas en el informe de gobierno; en aquel entonces, las lealtades se registraban en la foto del gabinete, se expresaban en la ceremonia del besa-manos y se escenificaban en el tradicional baño de pueblo durante el trayecto de la residencia oficial al recinto legislativo.

El Informe presidencial era solamente un acto protocolario y la magnificación de la imagen pública del mandatario, porque se excluían de la ceremonia el verdadero estado de la administración pública y las consecuencias de la gestión gubernamental. La pobreza y el rezago sólo eran pretextos para pregonar las bondades del régimen.

Pero todo cae por su propio peso, y con la alternancia se desvanecieron las lealtades incondicionales; la fragmentación del poder derribó uno de los rituales de la presidencia imperial. El otro ritual que aún perdura, es la ceremonia del cambio de poderes.

El Senado de la República aprobó un cambio en el formato del Informe Presidencial, que representa la primera reforma institucional a la Presidencia desde que Lázaro Cárdenas concentró en el jefe del Ejecutivo el control político de la nación. El Congreso también aprobó una reforma que modifica los poderes de la Presidencia de la República y elimina el “veto de bolsillo” del Poder Ejecutivo que le permitía eliminar leyes aprobadas por el Legislativo.

No obstante, las reformas constitucionales no impiden la instauración de rituales alternos. El año pasado, las bancadas de oposición impidieron el acceso de Felipe Calderón al Congreso de la Unión, sin embargo, la élite gubernamental y el séquito presidencial estelarizaron una ceremonia alterna en Palacio Nacional.
La desaparición de una ceremonia protocolaria no significa que no se ejerzan nuevos mecanismos de control. El discurso oficial en el calderonismo no requiere de un quórum en el Congreso, porque tiene un carácter eminentemente mediático: ya son frecuentes sus mensajes a la ciudadanía en cadena nacional.

Y así, el control que se ejerce sobre el discurso oficial escapa a la normatividad, porque las condiciones de su realización están reguladas por intereses concertados, y lo que se transmite es mucho más que un mensaje; el discurso oficial es en realidad un proceso pletórico de implicaciones que formalizan las relaciones entre la información y el criterio oficial. Por eso, lo único inalterable será la secuencia de las causas y los efectos, porque el control del discurso… la custodia de las epopeyas y la imposición de los rituales son privilegios transitorios y perecederos, como el poder…

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