domingo, agosto 03, 2008

El último vestigio

“Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan
como de sí mismos se desnudarían los dioses.
Y nosotros lo somos, aunque humanos”
José Saramago


En algún lugar del éter, en esa dimensión inexpugnable donde residen las divinidades en templos de cristal, durante el amanecer de los tiempos, nació una inquietud en el corazón de los mortales, y a partir de entonces, los hombres se esfuerzan y se afanan por ascender al pedestal vacío de los semidioses del Olimpo…

La esencia de los juegos olímpicos surge por la transfiguración de la historia en un mito; por eso, en los albores del siglo XXI se actualiza el pensamiento helénico y los hombres pretenden superar sus limitaciones físicas y mentales, aún sueñan con despojarse de los lastres de la condición humana.

El mito olímpico sigue vigente, no obstante, los ideales evolucionaron para adaptarse al entorno, a los giros del pensamiento y al peso de las hegemonías. En Berlín, en 1936, los juegos olímpicos enmarcaron la fastuosa exhibición de la supremacía aria y el Tercer Reich. En México 1968, la lucha contra la discriminación ascendió al pódium de los campeones olímpicos enfundada en el guante del “Black power”. En 1972, el conflicto árabe israelí se trasladó a la villa olímpica en Munich. En Moscú 1980, el mundo libre y civilizado boicoteó los juegos olímpicos como protesta contra la invasión de la URSS en Afganistán. El humanismo apareció en 1992 cuando una flecha llameante surcó la noche de Barcelona.

En Beijing 2008, la República Popular China demostrará su poderío al mundo entero y exhibirá su capacidad para controlar y manejar multitudes. Pero mientras los atletas se partirán el alma por una medalla y unos minutos de gloria, en las afueras de la fiesta olímpica, el gobierno chino ha trasgredido los derechos humanos para depurar el ambiente social: un informe de Amnistía Internacional ponderó las reformas realizadas en China y criticó las detenciones sin juicio, el estricto control de los medios y el bloqueo de sitios de Internet; en la víspera de la inauguración, algunos periodistas presentaron quejas ante la inaccesibilidad de ciertas páginas dedicadas a noticias, al Tíbet y a los derechos humanos.

Hoy por hoy, en la globalidad, al margen de la justa deportiva se libra una competencia muy diferente: en la arena olímpica se promueven los avances del país anfitrión, las competencias son el escaparate de las firmas comerciales y cada competidor porta orgulloso el logotipo de sus patrocinadores.

Una medalla olímpica representa mucho más que el esfuerzo sobrehumano de un competidor, porque refleja el grado de atención que los países otorgan al desarrollo integral de sus habitantes. En el medallero olímpico, invariablemente, en los primeros lugares figuran los bastiones de la economía mundial.

Por eso, y para atenuar los estragos de su infame deficiencia, la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade) realizó una proeza olímpica cuando detectó un remanente de setenta millones de pesos y estableció un poderoso aliciente a los atletas mexicanos que competirán en Beijing: una medalla de oro se premiará con cinco millones y medio de pesos, una medalla de plata equivaldrá a cuatro millones y la bronce se premiará con tres millones. Así esperan compensar el esfuerzo de los deportistas mexicanos, quienes han debido superar mil y un adversidades, que padecieron ante la burocracia deportiva, y aún así, lograron seguir adelante.

Y en la aldea global, como suele suceder cada cuatro años, miles de espectadores seguiremos las hazañas de los atletas; entre comerciales, logotipos y patrocinadores, presenciaremos la realización de muchos sueños; y volveremos a creer que lo mejor de los seres humanos se concentra a flor de piel, que la voluntad es el único móvil para remontar las distancias, trasgredir las medidas del tiempo y del espacio, burlar las fronteras de la gravedad.

Porque allá, muy lejos del Olimpo, y a pesar de las condicionantes que comercializan al mítico ideal, al margen de las hegemonías y de las impericias gubernamentales, resurgirá el último vestigio de divinidad en los hombres y se refrendará aquella legendaria inquietud… que nació en el corazón de los mortales, y una vez más, se esforzarán por ascender al pedestal vacío de los semidioses del Olimpo…

1 comentario:

Lázaro Buría dijo...

Hera erase una vez en algún lugar donde quieto y paciente aguardaba el pedestal vacío de su hermano y esposo Zeus. Y se preguntaba porqué la habían dejado a solas con la soledad inanimada del emblema del poder. Arruyada por unos celos alimentados más por ausencia que por presencia de contrincante que la privara del tiempo intemporal de quien la escogió como consorte, decidió encontrar manera de atraerle a su lado de nuevo. Y lo logró escribiendo una advocación pantagruelica sobre los Juegos Olímpico, cuyo primer destinatario -Zeus- leyó antes de abandonarlos y regresar a su lado. Los dioses, a diferencia de nosotros -los humanos-, desnudan sus cuerpos con palabras. Y admiran y aman jugando con ellas.