domingo, octubre 12, 2008

Epidemia global

En algún lugar de la globalidad, entre las barras intangibles de códigos binarios, deambulan los espectros de una ideología compulsiva; los estragos de un dogma insulso se materializan en la angustia cotidiana, y las secuelas de los fatuos excesos perturban el porvenir…

La crisis financiera en EUA amenaza propagarse a todas las economías del mundo con la velocidad de un virus mutante y corrosivo; pero la pandemia global en el reino del mercado también es la consecuencia de una peste vaporosa que infectó la sensatez y distorsionó los valores éticos. La propagación fue incontenible porque el virus pulula en un entorno donde predomina la falacia y circula vertiginosamente a través de imágenes.

En pocos días se materializaron las críticas que se desestimaron en su momento, y ahora, las economías padecen los excesos de la fluidez irrestricta de las leyes del mercado. Pero la debacle del liberalismo globalizado apenas inicia porque la crisis virtual del sector financiero e inmobiliario se ha trasladado al entorno de la economía real.

El virus que catalizó esta peste globalizada se incubó en el modelo económico estadounidense, sustentado únicamente en volúmenes exorbitantes de producción y en el consumo exacerbado, y las secuelas irreversibles fueron el endeudamiento desmesurado y la insolvencia generalizada. La salud en las finanzas públicas y privadas se dificulta porque las mutaciones de los mercados superaron la evolución de las leyes que alguna vez intentaron regularlos.

Una recesión aguda en el 2009 es el barrunto generalizado y la evidencia del paroxismo en el reino del mercado es la cauta divulgación de un mensaje contrario al dogma predominante, y ahora ante la crisis se aconseja no adquirir lo superfluo, no comprar lo innecesario, no sucumbir en la fiebre de las compras compulsivas. La crisis del modelo de mercado se ha manifestado en el desmoronamiento de la idiosincrasia del consumo, y en el mundo concreto y cotidiano ya pocas cosas cuestan realmente lo que valen.

Pero la decadencia del paradigma instituido por la ética del lucro implica un quebranto más profundo que la insolvencia económica; implica un abrupto reajuste en los estereotipos vigentes, y la erradicación de: compulsiones y adicciones, de un estilo de vida y de una forma de percibir el mundo.

La actitud propagada entre los habitantes de la aldea global entronizó al mercado como única constante universal, y la alienación al modelo se lograba a través del consumo como el eje de la actividad económica y como el criterio para definir el éxito en el entorno social. La tecnología es la quimera posmoderna que invadió todas las manifestaciones de la conciencia humana y es el eslabón que encadenó a los consumidores y los sometió al corporativismo mercantil.

Aún en el umbral de la crisis, los modelos de excelencia en el reino del mercado sugerían una vida enfocada al consumo como placer; la prosperidad equivalía a la acumulación de propiedades y el éxito implicaba ostentación.
Por las características del entorno, surgió un padecimiento crónico y agudo entre los súbditos del reino del mercado: el síndrome de la globalidad, que se adquiere por la adicción al trabajo, a través del manejo institucional del stress, por contagio de la neurosis colectiva y por la dispersión masiva de la ansiedad ante una eminente pérdida del empleo. El síndrome se agudiza cuando se asimila la consigna de que es sano vivir con cierto nivel de tensión y que la única realización personal surge por la eficiencia operacional.

La manifestación más frecuente del síndrome es la angustia, socialmente compartida, de vivir en la cartera vencida del Buró de Crédito; las deudas contraídas provocan un estrés de alta intensidad, y ante la imposibilidad de pagar una deuda que crece diariamente y por las amenazas de embargo, aparece un círculo vicioso que inicia con el insomnio, lo que provoca crisis nerviosas, que derivan en una depresión, que alimenta a un monstruo invisible que devora la tranquilidad.

Ahora, el orden global se transforma minuto a minuto, la idiosincrasia mercantilista se desvanece por la crisis financiera, y la decadencia de los paradigmas de la globalización liberal agrava la atribulada salud mental de los consumidores cautivos del mercado. El secretario del Tesoro estadounidense, Henry Paulson, declaró que "los riesgos que amenazan al entorno económico global son los más graves y difíciles de la memoria reciente”.

La amenaza se cierne sobre todos, porque las grandes rupturas se han producido cuando los dogmas intangibles no resisten el rigor de la realidad concreta; los grandes relatos han sucumbido al ras de la tierra por las contradicciones de la condición humana. Hoy por hoy, cuando el reino del mercado se reconfigura, ante la decadencia de una ideología hueca y compulsiva, para combatir la plaga del crédito que asola regiones enteras, el único remedio sensato consiste en invertir las prioridades y otorgar un justo valor al patrimonio intangible, en conservar intacto el legado íntimo, imposible de cuantificar, y de embargar.

El único alivio para los estertores financieros consiste en generalizar la confianza, pero la agonía del estereotipo global debería preceder a una nueva actitud; será necesario reubicar al individuo en el centro de la percepción social, recuperar la felicidad como un derecho inalienable y ejercer en forma masiva la templanza, la compasión y empatía para resarcir… los estragos del dogma insulso materializado en la angustia cotidiana, y para cauterizar las secuelas de los fatuos excesos que perturbaron el porvenir…

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