domingo, octubre 19, 2008

Índice de perversidad

En algún lugar de la incertidumbre, deambulan versiones de la realidad que carecen de credibilidad y pululan amenazas etéreas e insospechadas, y es por eso, que en el clima de la crisis se desvanecen paulatinamente las posibilidades y las oportunidades se marchitan antes de florecer…

La crisis financiera y la recesión de 1929 son los episodios más escabrosos en la historia moderno, y los fantasmas más siniestros en el mundo capitalista, es por eso que la simple enunciación de esos espectros produce ansiedad y pánico. Pero la debacle económica de un sistema erigido sobre los caprichos del mercado dejó de ser una remota posibilidad, abandonó el ámbito de las elucubraciones, hizo acto de presencia, y todo parece indicar que llegó para quedarse por un buen rato.

El mercado, como punto de convergencia y engrane maestro donde confluyen todos los intereses, es una de tantas invenciones de los seres humanos; pero además, en el duopolio intangible del Debe y el Haber, se agudizan y se magnifican las repercusiones de las intenciones. Un rumor infundado es capaz de disparar el índice de precios y cotizaciones.

El mercado está irremediablemente sujeto a las fluctuaciones de la oferta y la demanda, es altamente vulnerable y su comportamiento depende de la veracidad de la información, de la credibilidad de los participantes, de la certeza de los contratos, del rumbo de las decisiones. Todos estos factores son tan efímeros e insustanciales como el aliento de dragón embotellado al alto vacío, porque la ubicuidad es el ámbito del mercado global y la subjetividad su quintaesencia.

Pero si la naturaleza del mercado es etérea y volátil, sus estragos son definitivamente concretos, mundanalmente típicos, cuantitativamente observables, porque los desequilibrios en las teorías financieras siempre se traducen en abruptos desajustes en la vida práctica.

Cuando el mercado entra en crisis se produce una reacción en cadena, implotan argumentos, teorías, supuestos, modelos. Deambulan explicaciones inútiles, diatribas y peroratas enardecidas, que nada remedian, porque el principal factor de riesgo en el mercado global se sustenta en una inequidad colosal: una élite decide el rumbo del mercado, que incide en la calidad de vida del resto del mundo.

El factor se agudiza cuando se aplica a los millones de personas que viven en condiciones de pobreza, sea cual fuere el rango o su clasificación. Y si además se ponderan el perjuicio y el quebranto causados a la multitudinaria clase trabajadora por operaciones ultra-mega-hiper-millonarias, y se multiplican por el rango de legalidad de transacciones inmorales, la resultante será el indicador de un modelo carente de ética y sensibilidad social, excedido de avaricia, paupérrimo en humanidad.

Vgrs: la práctica de la especulación de capitales, productos derivados y títulos, actividad perversa por naturaleza, es una evidencia de la ubicuidad en que opera el mercado. Sólo en la virtualidad de los valores financieros es posible justificar la legalidad de un acto premeditado, deliberado, alevoso, ventajoso, cuyas consecuencias lesionan a una gran mayoría de incautos. La licitud de los delitos financieros surge por su omisión en las leyes, y la única sanción posible se produce en el territorio de la moralidad.

Y ni siquiera eso; los responsables de la especulación de la moneda en México están debidamente protegidos por el blindaje legaloide del régimen calderonista. Alegando que la especulación no es un delito, esgrimen la responsabilidad en el quebranto económico de millones de mexicanos. Ahí se comprueba el índice de la perversidad del modelo económico vigente.

¿Yo?... Se me ocurre que, tal vez, desde el satélite de la metaficción, este capítulo de la vida sobre el planeta Tierra podría describirse en una alegoría posmoderna de aliento exacerbado. Pero ahora y aquí, en el mundo del lucro, lo ético se opone a lo financiero, lo moral a lo legal, y en estas contradicciones surge una densa incertidumbre que acentúa la jodidez como estrato generalizado y globalizante; en la virtualidad del mercado global, el dinero carece de forma, sustancia y color, porque todo es efímero, excepto la angustia causada por la evaporación del porvenir; las decisiones son un privilegio de la élite y las repercusiones la responsabilidad de todos, nadie sabe nada, pero todos se preparan para enfrentar un futuro incierto, deambulan versiones de la realidad que carecen de credibilidad y pululan amenazas etéreas e insospechadas, y por todo eso, en el clima de la crisis se desvanecen paulatinamente las posibilidades y las oportunidades se marchitan antes de florecer…

1 comentario:

Lázaro Buría dijo...

Algo de positivo hay en la crisis económica actual. Como bien dices ella ha provocado una "densa incertidumbre que acentúa la jodidez como estrato generalizado y globalizante", con lo cual se corrige -en parte- la "inequidad" que tanto molesta al desfavorecido en la distribución imperfecta generada por la forma actual del mercado. Creo que esto es lo más importante que dejará -como "experiencia para la especie"- este "momento de evolución de la noosfera" -la zona intangible del medio ambiente donde vivimos que permite crecer al entendimiento humano-. Aunque, desgraciadamente o no, "el entendimiento" es distribuido siguiendo pautas, leyes, normas y/o principios -da igual como se les llame- de la "primera inequidad" de que somos víctimas cuando el caudal de seres humanos vivos se reproduce: la herencia genética que da forma individual a cada ser en particular. Y aunque no creo que las "diferencias" en la diversidad millonaria que componemos unos y otros de nosotros -los terrícolas- deban ser apreciadas siguiendo conceptos de valor derivados de El Mercado -eso que calificas como una de nuestras tantas "Invenciones" como seres sociales-, según parece no hemos hallado aún "tecnología más adecuada" para organizar, armonizar y hacer útil y productiva la incanculable cantidad de intereses individuales que se derivan de la primera obligación a que estamos sujetos -por el momento-: tener que convivir en este minúscula partícula del Universo. Visto el "tema crisis" desde esta perspectiva -casi atemporal e inespacial gracias a la forma en que lo inscribe tu manera de abordarlo-, el mejor satélite de metaficción para orbitar alrededor de él debe ser construido cuidando las aleaciones de los metales conque damos sentido a nuestras espectativas para el futuro. Y antes de sembrarlas, lo más prudente y saludable para que ellas crezcan y alcancen su ciclo de existencia natural -que por supuesto incluye el momento de La Muerte-, hay que tener en cuenta cuales flores de las que deseamos disfrutar son pertinentes para cada estación de El Tiempo.


Por lo dicho es, quizá, que no temo a "epidemias globales", ni a "códigos binarios", ni a "espectros ideológicos" que alimentan angustias. Sólo me pregunto -a veces-, porqué se dedica más tiempo y espacio a descifrar ironías del pasado que a verdades del presente y/o proposiciones para el porvenir. Pero como no sé cual es la razón que compulsa ese propósito, nada digo sobre él y callo.

Me ha dado mucho placer -¡y tranquilidad!- conocer tu "descripción" de este instante de crisis en la cotidianidad eterna a que nos trajo el Azar Genético a quienes aún disfrutamos el premio de estar vivos.