domingo, abril 01, 2012

Desde la penumbra

En algún lugar de la noche, sobre el estrato más sensible de la corteza terrestre se dispersaron pequeñas dosis de un bálsamo y una tenue sensación de alivio recorrió los meridianos del progreso…

Desde 2007, en la noche del último sábado de marzo se produce un apagón deliberado alrededor del mundo; atendiendo a la campaña “La hora del planeta” de la organización australiana World Wildlife Fund (WWF), de las 20:30 a las 21:30 en los horarios locales, permanecieron en la penumbra los monumentos emblemáticos y las áreas neurálgicas en las capitales del mundo civilizado con el afán de concientizar a la humanidad sobre dos catástrofes: el calentamiento global y la dependencia perniciosa a la tecnología. Esta manifestación de la conciencia humana se extiende año con año; en esta ocasión participaron 145 países y la marea de la penumbra fue grabada desde la Estación Espacial Internacional por el astronauta André Kuipers.

Sí! … es una manifestación impactante porque es un desafío a las inercias del desarrollo; esta iniciativa es la reacción consciente a los estragos causados en nombre del progreso de la especie humana y enfatiza las repercusiones sociales del dominio del hombre sobre la naturaleza, porque al margen del efecto invernadero y de los daños al planeta causados por los artificios del progreso, advierte sobre las repercusiones de la tecnología en el estilo de vivir, de pensar y de sentir de los ciudadanos de la hipermodernidad.

La invención del reloj mecánico permitió que la sociedad medieval administrara el tiempo y estableciera las jornadas de trabajo independientemente de la posición del sol. Hoy por hoy, el ritmo vertiginoso de la vida vulnera a un tercio de los habitantes en la sociedad del mercado que soportan y manejan elevadas dosis de adrenalina por las prisas y las exigencias en un entorno laboral donde los horarios se diluyen en una jornada asincrónica. En la Modernidad, los hogares y las ciudades se iluminaron con las bombillas eléctricas y se extendió el periodo productivo del día a la noche; el periodo de vigilia se postergó en detrimento del reposo y en una brutal ecuación el tiempo se equiparó al dinero. La tecnología en la comunicación permitió que los mensajes trascendieran las fronteras y eludieran las limitaciones de las distancias pero ensimismaron a los individuos, y ahora, la aldea global es un archipiélago de islas habitadas por seres humanos introvertidos, interconectados con otras islas vivientes pero desconectados de la realidad inmediata.

La desproporción es inmensa: una hora en un día del calendario de los hombres es la millonésima expresión de la nada en la escala del tiempo que abarca la existencia del planeta, pero representa un loable esfuerzo en la construcción de la empatía global, que bien podría iniciar con la coincidencia deliberada de miles de conciencias. En una hora a la penumbra se aprecian todas las estrellas del firmamento que se ocultan por la luminosidad, en 60 minutos de desconexión se pondera el rango del vacío que nos impregna y nos envuelve. Durante una hora, el planeta se refrescó con un apagón global, respiró en un momento de reflexión multitudinaria y palpitó en el corazón de cada uno de sus habitantes cuando una tenue sensación de alivio recorrió los meridianos del progreso…

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