domingo, abril 22, 2012

La balanza del poder



En algún lugar de la convicción, en el territorio íntimo de la conciencia, perdura, incesante, el eco de la experiencia: esa gama de vivencias que afianza o destruye los ideales y que de cuando en cuando, se intensifica hasta convertirse en un imperativo personal, en una cuestión de principios irrenunciables…


Dicen los que saben, que el único antídoto contra la desconfianza es el escrutinio directo; que las sospechas se desvanecen cuando los eventos se perciben y se constatan por los sentidos; y que en este mundo, duele más la duda que el desencanto.


La desconfianza de la ciudadanía y la apatía del electorado no son conceptos intangibles, ni pretextos guajiros que se ponen de moda en los procesos electorales; desde el 9 de Marzo, cuando iniciaron las actividades de los capacitadores del Instituto Federal Electoral (IFE), se han recopilado mil y un motivos, pretextos y razones por las cuales los ciudadanos rehúsan participar como funcionarios de casilla en la próxima, y cada vez más cercana, jornada electoral.


Analizando el factor humano de las cifras, el común denominador de los rechazos se ubica en la sospecha, proviene de rumores, de generalizaciones infundadas y causalidades endebles, como la experiencia del amigo que conoce al vecino del primo que vive en un lejano y remoto distrito del que nunca se sabe nada. Pero en este pequeño universo, la excepción también confirma la regla: se ha detectado la firme intención de participar en todos aquellos ciudadanos con experiencia en los procesos electorales previos.


Hoy por hoy, en un clima de desconfianza y hartazgo, germinan las convicciones que alguna vez se sembraron en una casilla electoral. Es innegable que las experiencias, como fuente irrefutable, representan una minoría respecto a la aplastante mayoría de las sospechas, pero también es cierto que esa minoría será suficiente para impulsar al inmenso mecanismo ciudadanizado que legitimará la voluntad popular. El efecto esperado es la propagación de la experiencia como desencadenante de la confianza.


Todos los días, distrito por distrito, y a cualquier hora, calle por calle, los capacitadores y los supervisores electorales visitan, revisitan, notifican a los ciudadanos que fueron designados por el azar. Recorren su sección una y otra vez, buscan hasta encontrar a los ciudadanos, encaran el hartazgo y recopilan los rechazos para iniciar el recorrido y la búsqueda de nuevo. La causa de este encomiable esfuerzo, como de otros que se realizan en el ámbito ciudadano, es la convicción.


La convocatoria es: a todos los ciudadanos que resultaron designados como funcionarios de casilla. El motivo: erradicar la desconfianza por la constatación directa de los comicios, su participación y su presencia como testigo directo, dignificarán y legitimarán la elección. La oportunidad es invaluable: intervenir en la manifestación de la voluntad ciudadana, incidir en el único, y esporádico, contrapeso que existe en la balanza del poder.


En el transcurso de la historia se han registrado grandes avances pero también lamentables retrocesos y pérdidas irreparables. En la hipermodernidad, la ausencia de convicciones y la inexistencia del honor definen la actitud de las masas. Pero las tendencias suelen ser volátiles y volubles; en un contexto marcado por el individualismo galopante, el bien común es una valerosa contracorriente que crece con las afinidades auténticas y espontáneas: la empatía se expande en una gama de vivencias, afianza los ideales y de cuando en cuando, se intensifica hasta convertirse en un imperativo personal, en una cuestión de principios irrenunciables…

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