domingo, abril 08, 2012

Syntagma

En algún lugar del ágora, por una paradoja del tiempo coincidieron dos momentos; por los caprichos de la fortuna, en el epicentro de la gloria del pensamiento se profundizaron los abismos de la miseria…

Hace miles de años, fuera de los muros de Atenas y en un bosque sagrado, cerca de la tumba de un héroe legendario se fundó una escuela filosófica. El héroe se llamaba Academo, la escuela fue la Academia de Platón. Hoy por hoy, frente al parlamento griego y bajo un árbol, una mañana de Abril en la plaza Syntagma, se suicidó Dimitris Christulas como protesta por el flagelo social de la crisis económica.

Hasta ese momento, el significado de la palabra griega “syntagma” implicaba orden, concertación, armonía; a partir de entonces, la palabra evocará la desesperación y la impotencia de los estratos vulnerables, será un indicador para distinguir los márgenes más agudos de la pobreza, y es probable, que el factor para determinar la extinción de los estados de bienestar sea denominado Syntagma. En un futuro cercano, Syntagma podría ser el signo algebraico del porcentaje real de los suicidios que se encubren para eludir la condena del dogma ortodoxo, o la sumatoria fatal de los sepulcros en tierra consagrada en cuya lápida se omite la palabra miseria.

El suicidio en la plaza Syntagma es ahora el símbolo de una multitud de pensionados y jóvenes desempleados, víctimas de las políticas de austeridad en un país arrodillado y sometido a los consorcios financieros. En su mensaje póstumo, producto de la desesperanza, Christulas expresó su última esperanza, creía que los jóvenes sin futuro lograrán un mejor porvenir. La reacción al suicidio fue multitudinaria, instantánea, espontánea, como suelen serlo las afinidades auténticas. Por eso, un Syntagma podría ser el lábaro de las juventudes y de los indignados, el emblema de los millones de personas condenadas a subsistir en condiciones infrahumanas.

Y: en el ámbito del poder las condolencias expresadas eluden el núcleo de este sintagma de impotencia y desesperanza. Hasta el momento, los mensajes al pie del árbol en la plaza Syntagma, las protestas de los griegos y la conmoción mundial por el suicidio de Christulas son apenas los albores de un nuevo orden. Estamos en las páginas finales de un capítulo de la historia, en uno de tantos periodos de transición que se han caracterizado por la crueldad de los contrastes. Pero ahora, como desde siempre y desde entonces, las situaciones críticas provocan reacciones extraordinarias, insólitas. La indignación global puede ser el primer indicio de una convocatoria humanizante. No puedo imaginar el grado de desesperación que los seres humanos son capaces de soportar, ni el nivel de insensibilidad al que pueden llegar. No sé cuántos mártires ni cuántas muertes serán necesarias para equilibrar la balanza social. Tal vez, en una nueva era, esa incógnita se denomine Syntagma. Quizás, entre las coordenadas de un mundo mejor, se erguirá un recordatorio doliente, una lápida con un Syntagma monumental en los abismos de la miseria…

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