En algún lugar fantástico y en el momento preciso, las voluntades se sincronizan en un esfuerzo multitudinario,
y no hay adversidades, cantidades
imposibles ni fechas impostergables para un mecanismo impulsado por el
auténtico valor cívico…
La ciencia ficción es
el legajo del porvenir que se conoce anticipadamente; es el capítulo por
excelencia de las utopías; es el género cultivado por los soñadores que se
atreven a trasgredir las fronteras del tiempo; y es el tiempo, el factor preciso e inexorable
que materializa todas las ficciones y las incorpora a la realidad. Así fue
desde los inicios de la Modernidad hasta el momento en que la tecnología se
anticipó a cualquier pronóstico de la imaginación. El fallecimiento del
escritor Ray Bradbury será uno de los hitos en el futuro que determinará el fin
de la distancia entre las ficciones y las realidades. Por eso hoy, me desprendo
del lastre gravitacional para emprender un viaje hacia las utopías y, en un
emotivo afán, intentaré describir los esfuerzos y narrar las vicisitudes de un
grupo de mexicanos. Estas crónicas no se escribirán en Marte pero registrarán
las actividades en uno de los distritos electorales del país durante los días
más intensos del proceso.
El verano electoral
“Un minuto antes” el
aire dominical estaba impregnado de expectación, la demora provocaba una gama
inexplicable de reacciones, el aburrimiento se traducía en posturas desgarbadas
y caminatas sin rumbo, el tema de las conversaciones daba giros inesperados: de
la cuenta regresiva y de la larga espera a
la configuración de un nuevo orden mundial, y de ahí, a las andanzas por
universos alternos.
Súbitamente, los sueños
guajiros se desvanecieron ante la vetusta figura del camión que lentamente se
acercaba a la entrada del distrito. El cansancio desapareció por una ráfaga de
adrenalina que infundió ánimo en todos (vocales, consejeros, técnicos y personal de apoyo) y a
pesar de la emoción colectiva, el protocolo inició con una mesurada algarabía.
Los oficiales de la Marina entregaron las llaves de los candados y con una
segueta se rompió el sello acerado; se abrieron las puertas y aparecieron cajas
y cajas y más cajas con los materiales electorales. Bajo la estricta vigilancia
de los marinos, las cajas descendieron del camión y recorrieron el breve
trayecto hasta la bodega cuya puerta se cerró, se selló con la firma de los
miembros del consejo. En los dos días siguientes, el distrito se transformó en
un gremio artesanal por el golpeteo incesante, por las voces que dictaban cifras
y los ecos que ratificaban las progresiones.
La obra maestra consistió en
estampar el sello oficial en el reverso de casi 800 mil boletas electorales y
agruparlas por folio en secuencia consecutiva para cada una de las 442 casillas, almacenarlas por orden numérico e
inutilizar las sobrantes. Desde entonces, las boletas aguardan el día de los
comicios bajo el resguardo militar.
La sumatoria de todos
los esfuerzos y afanes en un distrito electoral es una cifra maravillosa que
refleja una convicción auténticamente
ciudadana, es el producto de la coincidencia de buenas voluntades, de miradas
inquisitorias y testimonios vivenciales; no obstante, esta cantidad suele ignorarse, minimizarse o distorsionarse
en falsedades malintencionadas y declaraciones ominosas. Sólo quienes se
acercan al distrito pueden constatar la extraordinaria sincronía de un esfuerzo
multitudinario, de firmeza de una convicción colectiva que supera las
adversidades, que logra cantidades imposibles en fechas impostergables con un
mecanismo impulsado por el auténtico valor cívico…
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