“Nunca en las angustias por verte contento, he trazado
signos de tanto por ciento.
Ahora, pequeño, quisiera orientarte: mi agente viajero
llegará a cobrarte.
Será un niño tuyo: gota de tu sangre, y entonces, mi
niño,
como un hombre honrado, a tu propio hijo deberás pagarle.”
como un hombre honrado, a tu propio hijo deberás pagarle.”
En algún lugar invulnerable, en una fortaleza edificada
con la voluntad y el deber, noche tras noche y por el impulso de los anhelos se
agrega una pluma a las alas que algún día emprenderán el vuelo hacia el punto
más lejano del horizonte…
Cuenta la leyenda que Dédalo, el arquitecto de un mítico
laberinto, fue encarcelado en una torre de Creta con su hijo, Ícaro, y ahí, Dédalo
fabricó unas alas para superar aquel infortunio. Unió las plumas grandes con
hilo y las pequeñas con cera, y por eso, le advirtió a Ícaro que al volar no se
acercara al sol. Cuando emprendieron el vuelo, el éxtasis de la libertad impulsó
a Ícaro y buscó el paraíso más allá de la
esfera celeste, y la cera de sus alas y el horizonte de sus ansias se derritieron.
La figura paterna, como todos los parámetros del
comportamiento, es susceptible al
contexto: la definen los criterios predominantes, se configura por los modelos socialmente
compartidos y generalmente aceptados. En la sociedad conservadora y restrictiva
en los principios del siglo XX, el padre encarnaba la autoridad implacable, el
rigor de una disciplina ineludible. Con la contracultura emergió una sociedad
permisiva y los hijos de los padres autoritarios se convirtieron en padres
comprensivos que declinaron en el ejercicio de la autoridad y la delegaron a
sus hijos quienes la ejercieron como pequeños tiranos.
Durante la transición de una época a otra coexisten
modelos tradicionales y emergentes; la familia es un paradigma que admite todas
las versiones de la convivencia. En los hogares tradicionales, la paternidad se
asume con la legendaria convicción de Dédalo y todos los afanes se dedican a la
formación de un carácter libre y autónomo. Cuando se desvanecen los compromisos
emocionales, la figura paterna equivale
a una ausencia generalizada en un modelo emergente de familia; la paternidad se expande más allá de la
aportación biológica y abarca un territorio que excede al mandato genético. En
los hogares monoparentales el ejemplo y la autoridad son responsabilidades que
recaen en uno de los progenitores, sea hombre o mujer.
La sociedad de mercado impone ubicaciones y horarios
laborales que alguna vez fueron impensables; la cultura de masas propaga nuevos valores y estilos de vida. Esta época
se define por la ruptura de paradigmas y en este entorno, la paternidad es un
compromiso moral que un ser humano acepta con la convicción de trascender en la
personalidad de los hijos. Ya sea en el hogar o lejos de la familia, con el
apoyo del cónyuge o cargando con toda la responsabilidad, la figura paterna
encarna en aquellos visionarios que fusionan el cariño y la disciplina en un
abrazo. Hoy por hoy, cuando el
individualismo deviene en egocentrismo y declina la capacidad de compromiso, la
paternidad es una convicción, una generosa actitud, la versión más honesta de
la empatía que se reproducirá en el futuro cuando los hijos (propios o ajenos) se
conviertan en padres y repitan el ritual inexorable de los anhelos al agregar plumas a las alas que algún día emprenderán
el vuelo hacia el punto más lejano del horizonte…
Dedicada al héroe de mi hogar y padre de mis hijos,
y a todas las figuras, sea cual fuere el género,
que valientemente enfrentan los retos de la
paternidad.
Feliz Día del Padre!!
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