domingo, septiembre 02, 2012

El bisturí despótico


En algún lugar protocolario, en un circulo excluyente e inmune, se diseñan los rituales políticos y  con la precisión de un bisturí despótico se trazan los márgenes del dominio en el ceremonial para la ostentación poder…

           

En la oscuridad de los tiempos fue posible tocar lo intangible gracias a los ritos; cuando se erigieron los bastiones de poder, el efecto de los ritos ancestrales se trasladó a las ceremonias cívicas para expresar el apego de los pueblos a sus símbolos y la veneración a sus líderes. Desde entonces, el ceremonial oficial se diseña en las entrañas del poder y se ejecuta en la cúspide de la pirámide social para que las multitudes lo atestigüen a los lejos desde el nivel del suelo porque en todos los rituales sociales, la perspectiva tiene un efecto contundente: la distancia de los ungidos en el ceremonial respecto a las multitudes que lo aclaman, la altura del altar patriótico y la admisión restringida al evento proyectan la lejanía del círculo del poder y enfatizan su inmunidad política.

 

La pompa y circunstancia equivalen al control del contexto, una de las atribuciones más exquisitas del poder que se concreta en las estipulaciones del ceremonial oficial. La designación del recinto, los invitados, la intervención de los participantes y la ostentación de los símbolos obedecen al grado del control ejercido por la figura del poder. En este silogismo, mientras más exclusivo y excluyente es un ritual, mayor será el recelo.

 

La comparecencia de un mandatario en el Congreso, su presencia en actos multitudinarios y los discursos dirigidos a su pueblo reflejan el grado de su confianza y el nivel de aceptación popular. Por el contrario, la manipulación de los rituales oficiales en eventos privados proyecta el ensimismamiento del mandatario y su distancia respecto a la ciudadanía. Felipe Calderón recibió la banda presidencial de Vicente Fox en el primer minuto el primero de Diciembre del 2006 en la intimidad de Los Pinos custodiados por el Estado Mayor en una inusitada ceremonia y en el calderonismo se modificaron sustancialmente los lineamientos del ceremonial presidencial:

 

Se omitió el  mensaje que el mandatario dirigía a la nación con motivo del informe de gobierno desde el recinto legislativo apegándose estrictamente a la norma que estipula como obligatoria la entrega y recepción del informe. El discurso se trasladó a una fecha posterior y a un escenario alterno con derecho exclusivo de admisión al panismo rampante;  el mensaje a la nación se fragmentó en breves cápsulas informativas con escenas de un país imaginario transmitidas por la mediocracia con el vano afán de transformar en verdades las mentiras que se repiten y se repiten sin cesar.                 

 

Y una maniobra tempranera para evitar los desgarriates de la macuarrencia, los gritos y sombrerazos de opositores y resentidos, la reforma al  87 constitucional extiende el ámbito para la ceremonia del cambio de poderes a la ubicuidad protocolaria: en caso de que el presidente entrante no pueda hacerlo ante el pleno del Congreso,  podrá hacerlo en un escenario alterno ante la Comisión Permanente o ante las Mesas Directivas de las Cámaras o ante el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde quiera que fuere y como mejor les convenga pero en un ámbito excluyente, ajeno e inmune delimitado con la precisión del bisturí despótico que traza los márgenes del dominio en el ceremonial para la ostentación poder…

 

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