En algún lugar protocolario, en un circulo excluyente
e inmune, se diseñan los rituales políticos y
con la precisión de un bisturí despótico se trazan los márgenes del
dominio en el ceremonial para la ostentación poder…
En la oscuridad de los tiempos fue
posible tocar lo intangible gracias a los ritos; cuando se erigieron los
bastiones de poder, el efecto de los ritos ancestrales se trasladó a las
ceremonias cívicas para expresar el apego de los pueblos a sus símbolos y la
veneración a sus líderes. Desde entonces, el ceremonial oficial se diseña en
las entrañas del poder y se ejecuta en la cúspide de la pirámide social para
que las multitudes lo atestigüen a los lejos desde el nivel del suelo porque en
todos los rituales sociales, la perspectiva tiene un efecto contundente: la
distancia de los ungidos en el ceremonial respecto a las multitudes que lo
aclaman, la altura del altar patriótico y la admisión restringida al evento
proyectan la lejanía del círculo del poder y enfatizan su inmunidad política.
La pompa y circunstancia equivalen al
control del contexto, una de las atribuciones más exquisitas del poder que se
concreta en las estipulaciones del ceremonial oficial. La designación del
recinto, los invitados, la intervención de los participantes y la ostentación
de los símbolos obedecen al grado del control ejercido por la figura del poder.
En este silogismo, mientras más exclusivo y excluyente es un ritual, mayor será
el recelo.
La comparecencia de un mandatario en el
Congreso, su presencia en actos multitudinarios y los discursos dirigidos a su
pueblo reflejan el grado de su confianza y el nivel de aceptación popular. Por
el contrario, la manipulación de los rituales oficiales en eventos privados
proyecta el ensimismamiento del mandatario y su distancia respecto a la
ciudadanía. Felipe Calderón recibió la banda presidencial de Vicente Fox en el
primer minuto el primero de Diciembre del 2006 en la intimidad de Los Pinos
custodiados por el Estado Mayor en una inusitada ceremonia y en el calderonismo
se modificaron sustancialmente los lineamientos del ceremonial presidencial:
Se omitió el mensaje que el mandatario dirigía a la nación
con motivo del informe de gobierno desde el recinto legislativo apegándose estrictamente
a la norma que estipula como obligatoria la entrega y recepción del informe. El
discurso se trasladó a una fecha posterior y a un escenario alterno con derecho
exclusivo de admisión al panismo rampante;
el mensaje a la nación se fragmentó en breves cápsulas informativas con
escenas de un país imaginario transmitidas por la mediocracia con el vano afán
de transformar en verdades las mentiras que se repiten y se repiten sin cesar.
Y una maniobra tempranera para evitar
los desgarriates de la macuarrencia, los gritos y sombrerazos de opositores y
resentidos, la reforma al 87
constitucional extiende el ámbito para la ceremonia del cambio de poderes a la
ubicuidad protocolaria: en caso de que el presidente entrante no pueda hacerlo
ante el pleno del Congreso, podrá
hacerlo en un escenario alterno ante la Comisión Permanente o ante las Mesas
Directivas de las Cámaras o ante el presidente de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación, donde quiera que fuere y como mejor les convenga pero en un
ámbito excluyente, ajeno e inmune delimitado con la precisión del bisturí
despótico que traza los márgenes del dominio en el ceremonial para la
ostentación poder…
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