En algún lugar patológico, en el recoveco más profundo
del carácter yace abatida, la voluntad;
y mientras el mundo sigue girando aumenta irremediablemente el peso de las
cadenas la restringen…
Una
adicción es, literalmente, la ausencia de libertad, la entrega total y obsesiva
de una persona a una causa, actividad o sustancia. En el páramo de una adicción
desciende la voluntad a niveles ínfimos y
degradantes, se evaporan los afectos, el entorno pierde su consistencia
y se diluye en una idea remota. La vida de un adicto transcurre alrededor del
objeto que lo esclaviza, abandona sus actividades habituales, se aparta de
quienes alguna vez fueron cercanos y emprende la temeraria trayectoria hacia el
nivel superlativo de los excesos.
Por
los daños causados en la integridad física y moral, la narco dependencia es una
adicción condenada socialmente y combatida por el estado. En el calderonismo se
tipificó al narcotráfico como el motivo fundacional del crimen organizado y ha
sido la prioridad en la agenda pública en el sexenio que terminará con un
recuento fatal de 80,000 fallecimientos en una guerra sin cuartel, sin nombre
ni adjetivos.
Pero
mientras se perseguía a los siniestros capos del narcotráfico con toda la
fuerza del estado para erradicar el cáncer social de la drogadicción, se
permitía el establecimiento de negocios que propician la ludopatía, la adicción
al juego. Los estragos de la ludopatía al patrimonio no se condenan ni se
exhiben en la sección roja de la prensa pero son tan devastadores como el flagelo de
cualquier anfetamina o enervante.
Fuera
del estigma delictivo, los vicios privados también cobran los excesos con la
muerte: cada día mueren 167 mexicanos por causa del tabaco y el abuso en el consumo de alcohol es la causa
del 56% de los homicidios, del 45% de
los accidentes de tránsito, del 26% de los suicidios, es el motivo predominante en las conductas
violentas y en la negligencia laboral. Las repercusiones del tabaquismo y del
alcoholismo desgarran el tejido social con la misma crueldad que los
narcóticos; no obstante, son vicios legal y socialmente tolerados porque sólo
se castigan los daños y perjuicios
causados bajo el influjo del alcohol pero no se criminaliza a las empresas
tabacaleras ni a las destiladoras.
Y en
el ámbito del mercado se han inventado nuevas necesidades que es imperativo
satisfacer: el uso de dispositivos de telefonía móvil conectados a la nube de
la información que todo lo impregna. Los teléfonos inteligentes mantienen
cautivos a los usuarios de las redes sociales y cada segundo se agudiza la
paradoja de la globalización: estamos conectados en la virtualidad y
desconectados del ambiente real. El ensimismamiento tecnológico se expande en
un escaparate global donde los usuarios satisfacen el afán de protagonismo, diseñan
su identidad, comparten la atención y establecen afinidades. Los estragos de la
ciberpatología en el organismo empiezan a registrarse, la divulgación de datos
infundados adquiere la perversidad del fraude, la alevosía, la calumnia y la
infamia pero el entorno digital excede a la competencia jurídica.
Ya
sea por las drogas, el azar, el tabaco, el alcohol o el protagonismo, las
adicciones destruyen los nexos entre los
individuos y la realidad, todas son deplorables y aborrecibles porque son
versiones alternas de la esclavitud, deben combatirse porque es un crimen
abatir la voluntad y retenerla en el recoveco más profundo del carácter mientras aumenta irremediablemente el peso de
las cadenas la restringen…
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