En algún lugar
matemático, desde la oscuridad de los tiempos perdura indescifrable una
incógnita; por una misteriosa ecuación los plazos se elongan y las fechas se expanden, sobre la tangente de
la lógica se distorsiona la velocidad de los minutos y se produce una paradoja
insospechada…
Dicen los que saben que el tiempo es
una medida inconstante y veleidosa, que por eso, no transcurre con la misma
agilidad; los científicos afirman que el tiempo es un elemento elástico y
extremadamente versátil y los antropólogos
comprobaron que el último siglo
el tiempo perdió su legendaria consistencia para transformarse en un elemento
líquido.
El mejor ejemplo de la versatilidad
de los tiempos se encuentra en la agenda oficial. Por los efectos de un
insólito y maquiavélico cálculo, todos los plazos en el calendario de la
administración pública coinciden con el periodo de las campañas
electorales. Es entonces cuando,
inexplicablemente, se concluyen los grandes proyectos de gobierno, se inauguran
las obras y los eventos que magnifican el desempeño de las dependencias
públicas. Al margen de las leyes de la física, la presión atmosférica se
agudiza durante el proceso electoral, el
clima se torna se torna intenso y el aire respirable, obtuso; las palabras
adquieren significados letales y las acciones encubren motivos impronunciables.
Una de las estrategias electoreras
más eficientes consiste en capitalizar la miseria en votos. En todos los
niveles de gobierno, cualquiera que sea el partido gobernante, las actividades de
desarrollo social se tergiversan en una vulgar compra de simpatizantes.
Recientemente, Rosario Robles, titular de la Secretaría de Desarrollo Social
(Sedesol) destituyó a seis funcionarios acusados de utilizar los recursos de la
dependencia para beneficiar a candidatos del Partido Revolucionario
Institucional (PRI) rumbo a las
elecciones del 7 de julio. Por la misteriosa consistencia que el tiempo
adquiere durante la contienda electoral, la decisión de la funcionaria
desencadenó una secuencia de diatribas explotadas dolosamente en un escándalo
mediático. Por la excéntrica perspectiva
que altera la visión en tiempos electorales, las huestes partidistas se indignaron ante la evidencia del uso indebido del gasto
social, ofuscadas exigieron la destitución de Rosario y enardecieron las
hostilidades que pretendía neutralizar
el Pacto por México. La incongruencia es galopante porque en la partidocracia nadie
se altera ni se ofusca cuando se inauguran las obras públicas que
milagrosamente se concluyen durante las campañas electorales, no se escuchan protestas ni peroratas contra
los mensajes que promocionan las acciones de gobierno.
Sí!... Es inaudito, incomprensible. La única explicación posible reside en los
estragos del poder, esa fuerza indómita que misteriosamente tergiversa todos
los principios y envilece las convicciones, que obstruye la lógica y perturba
la memoria con paradojas insospechadas…