“Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que
asumimos,
sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá
no merezcamos existir”
José Saramago
En algún lugar de la memoria, encarnadas
en las fibras más profundas del corazón perviven las imágenes de los seres
queridos y el eco de los momentos compartidos; las evocaciones logran
atenuar los efectos de la ausencia pero
jamás acallarán el reclamo de justicia…
Un saldo fatal, una cruzada indefinida y
la homologación de todos los males son
los rasgos que distinguen al régimen calderonista: el saldo asciende a una
insufrible cantidad de muertos y denuncias por desapariciones forzadas y
tortura; la indefinición es la única constante en una campaña castrense
anunciada como “guerra” que después se
minimizó como una “lucha” que terminó siendo un “combate” contra el crimen organizado en el
que se identificaba a los muertos como
“abatidos”; todos los secuestros y los asesinatos se tradujeron en líneas de
investigación que invariablemente conducían a meras casualidades y crueles
coincidencias con la “delincuencia
organizada” en un vano intento por desmentir una certeza socialmente compartida:
en la política no existen las
coincidencias ni las casualidades.
Al margen de la información oficial y
oficiosa, sobreviven los deudos de ciudadanos ajenos al crimen organizado quienes
ya cansados de exigir el bálsamo de la justicia para cicatrizar su indignación
solicitan la reivindicación pública erigida en un memorial. El Movimiento por
la Paz, la Justicia y la Dignidad (MPJD) que encabeza el poeta Javier Sicilia
lanzó una campaña en México y en el extranjero para reunir 100 mil firmas y
solicitar al presidente Enrique Peña
Nieto que se dedique el monumento
conocido como Estela de Luz a la memoria de las víctimas de la violencia (con
nombre y apellidos) donde se preserve la documentación de los casos.
Y… por mera casualidad, tres días
después del inicio de la campaña del MPJD, en un evento improvisado, sin
convocatoria abierta o invitación al público, el secretario de Gobernación,
Miguel Ángel Chong realizó el acto protocolario, casi privado, de la inauguración
del Memorial de Víctimas de la Violencia en México. Por la crueldad de las
ironías, en este Memorial no se registró el nombre de los civiles “abatidos”
por las fuerzas militares y se erigió justamente
en el Campo Marte muy cerca del Memorial del Ejército y la Fuerza Aérea
Mexicana inaugurado por Felipe Calderón donde se inscribieron todos los nombres
de los policías y militares caídos.
La casualidad si existe, es grotesca, pero
es mucho más que eso, es una afrenta
deliberada a los dolientes que sólo puede explicarse como el desinterés por
solventar los excesos cometidos en el
pasado por error, omisión, negligencia o prepotencia. Es lamentable que
pretenda resolverse un agravio social con una ceremonia solemne ante un espacio
vacío; la negativa a darle nombre y apellido a las víctimas de la violencia se interpreta como la
obstinada resistencia a la disculpa pública, indispensable para la reconstrucción
del tejido social; es cierto que las evocaciones sólo atenúan los efectos de la
ausencia pero también es cierto que la reivindicación sería la primer respuesta
a los reclamos de justicia…
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