En algún lugar apacible,
en una arboleda cercana al templo de un héroe mitológico, lejos de las murallas
de la ciudad y fuera del ámbito político, un sabio griego infundió en sus
alumnos la libertad del pensamiento y
los condujo por el único sendero de la sabiduría…
La autonomía garantiza la libertad
de cátedra en las universidades públicas, libertad para diseñar sus planes y
programas de estudio, para difundir la cultura y la ciencia sin limitaciones ni
restricciones por parte del poder público, para investigar y generar
conocimiento sin imposiciones del sector empresarial. Una universidad pública
es autónoma cuando el único factor determinante en la vida académica es la
búsqueda de la excelencia en la formación de profesionales.
Las aulas universitarias están
exentas de los caprichos de la censura oficial que podrían inhibir la
divulgación de ideas y saberes pero la autonomía no significa impunidad. Los
delitos no pierden su tipificación jurídica cuando se cometen en un campus
universitario y se transforman en una ofensa social cuando lesionan el patrimonio
de la ciudadanía, adquieren una magnitud dolosa cuando la violencia de una
minoría perjudica a toda la comunidad universitaria por la vía del
desprestigio.
Este año se han registrado seis
agresiones en diferentes planteles de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); la saga de estas agresiones se
registró en febrero cuando un grupo de
encapuchados tomó con violencia las instalaciones del Colegio de
Ciencias y Humanidades (CCH) en Naucalpan, Estado de México. En esa ocasión,
los activistas encapuchados rociaron gasolina, encendieron fuego, rompieron
vidrios y causaron destrozos en las oficinas del plantel y de la Dirección
General del CCH en franca oposición a la reforma al plan de estudios del
Colegio. La reforma en cuestión pertenece al Plan de Desarrollo Institucional
2011-2015, del Rector José Narro, cuyo objetivo es “fortalecer el bachillerato de la UNAM y su
articulación con los otros niveles de estudio, continuar con la mejoría de la
eficiencia terminal y elevar la calidad de la formación de los egresados”. Los 12 puntos de la reforma académica incluyen
la actualización de los profesores, un sistema institucional de tutorías, la
incorporación de la educación física, la filosofía y el inglés
como materias obligatorias y la opción del francés como segunda lengua
extranjera, la duración de las clases, el horario continuo y cursos en
línea.
El argumento para las agresiones es
absurdo; es una brutalidad, una aberración que contradice las aspiraciones de los
auténticos alumnos universitarios. Quienes ingresan a la UNAM y lo hacen con la
convicción de adquirir las habilidades y los saberes que implica la calidad profesional, están dispuestos a
cumplir con los requerimientos institucionales tendientes a elevar el nivel académico. Los universitarios legítimos saben que la
excelencia es el resultado de la dedicación, de la perseverancia y de la
honestidad pero la excelencia es un concepto incomprensible para una minoría de
atorrantes y haraganes que mantiene secuestrada mi Alma Mater.
Somos muchos, muchísimos más, los universitarios legítimos que
condenamos las atrocidades cometidas por una minoría que se encubre en el
anonimato y que se envalentona ante la desmedida prudencia de las autoridades. Me
indignan estas afrentas. Hace ya muchos años, en la ciudad universitaria
adquirí el hábito de la excelencia y la
vocación por la crítica, por eso creo firmemente que es imperativo conservar
los rasgos primigenios de esta noble institución: alejarla de los caprichos del
ámbito político, inmunizarla contra el corporativismo educativo que produce
“intelectuales orgánicos” y contra los intereses del mercado que exige “mentes
de obra” para resguardar su
independencia porque solamente en la autonomía plena será posible infundir la libertad
del pensamiento y avanzar en el único
sendero que conduce al progreso.
“Por mi raza hablará el espíritu”
*Lic. en Contaduría
orgullosamente por la UNAM.
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