“Esta es la más refinada sutileza del sistema: inducir
conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no
reconocer que se había generado un acto de autosugestión.”
George Orwell. 1984
En
algún lugar imperturbable se detectan todas las ansiedades y se ubican todos
los pensamientos; y ahí, los engranes de un mecanismo inmenso controlan las inercias y manipulan todos los
secretos para conjurar la rebeldía de las conciencias…
Lo
fascinante de las distopías es la inminencia de su realización. George Orwell
describió a una dictadura omnipresente sustentada en el control del pensamiento
en la novela “1984”, un clásico de la ciencia ficción del siglo XX que ahora
abandona el territorio literario para incursionar en la esquiva república de
las revelaciones.
La
intervención de las agencias gubernamentales en todas las formas de
comunicación entre los habitantes de la aldea global adquirió la consistencia
de las realidades cuando Edward Snowden reveló los detalles de un programa de
espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA); Snowden trabajó como
técnico en informática para la empresa Booz Allen Hamilton, desde la cual
filtró información a los periódicos The Guardian y The Washington Post. Hoy por hoy, se materializan las figuras de la
ficción distópica: el gran hermano de la profecía orwelliana encarna en un
complicado sistema que destruye la frontera ética de la privacidad al
interceptar los correos electrónicos, videos, fotos y otros datos de los
servidores como Google y Facebook donde el Buró Federal de Inteligencia (FBI)
tiene equipos incrustados para extraer información con o sin el consentimiento
de estos proveedores de datos. La criminalización de las revelaciones y la
persecución a Snowden coinciden con los procedimientos del Ministerio del Amor,
la institución que en “1984” se encarga de exterminar la reflexión, erradicar
la crítica y castigar la disidencia aplicando tormentos mentales para inculcar la
devoción al régimen en el cerebro de los rebeldes.
El
episodio más reciente de este drama orwelliano se registró el viernes 12 de
julio cuando Edward Snowden reapareció en público en Moscú, en el aeropuerto de
Sheremetievo donde denunció “la campaña ilegal por parte de funcionarios del
gobierno estadunidense para negarle el derecho a buscar y disfrutar del asilo político” y citó el incidente del avión donde
viajaba el presidente Evo Morales, “que se vio forzado a aterrizar en Viena
luego de que varios países europeos cerraron su espacio aéreo al sospechar que
Snowden podía encontrarse a bordo de la aeronave boliviana”.
La libertad del pensamiento enfrenta a
su peor amenaza y el desenlace es incierto; algunos esperan ansiosos la caída
de la cortina informática global y los pesimistas aguardan el restablecimiento
del criterio único; yo quiero creer que la osadía de Edward Snowden impedirá
que “el gobierno de Estados Unidos destruya la privacidad, la libertad de
internet y de las libertades fundamentales de las personas alrededor del mundo
con esta maquinaria de vigilancia masiva que están construyendo en
secreto". Ojalá que jamás se cumpla
la profecía orwelliana, que esa distopía permanezca en los límites de la
ficción y que la vocación por la verdad, como atributo del género humano,
destroce los engranes de ese mecanismo inmenso
que controla las inercias y manipula los secretos para conjurar la
rebelión de las conciencias…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario