domingo, julio 21, 2013

Un dolor recurrente


En algún lugar de la condición humana, en una espiral esquiva y recurrente se desplaza veleidoso un vicio  que atrofia las fibras sensibles, nubla el entendimiento y contamina la razón…

 

            La implantación de la tolerancia y la erradicación de las prácticas discriminatorias son los retos que deberán asumir las naciones en el siglo XXI. Desde hace siglos el planeta se encuentra brutalmente divido por los dogmas religiosos, las naciones se fragmentan por cuestiones étnicas y aún prevalecen los estigmas que denigran a las diferencias. Hoy por hoy, la nación estadounidense es el reflejo de una brutal paradoja: en el destino anhelado de una multitud migrante persisten criterios que demeritan y criminalizan a los individuos por el color de la piel.  

 

            El reforzamiento de las medidas de seguridad en la frontera sur es la manifestación inequívoca del racismo predominante y una doble moral: la obstinación en criminalizar a los migrantes indocumentados obedece a una peculiar visión de la explotación laboral. Recientemente, un jurado en el estado de Florida declaró inocente a George Zimmerman, un vigilante voluntario de origen latino que disparó a Trayvon Martin, un joven afroamericano de 17 años. La exoneración se justifica con el argumento de la defensa propia y la aplicación de la ley “Stand Your Ground”  que permite el uso de la fuerza mortal si una persona se siente seriamente amenazada. Pero en la observancia de esta ley se omitió un detalle: el  adolescente estaba  desarmado, sólo cargaba un refresco y una bolsa de dulces.

 

            El veredicto del jurado desató protestas masivas en 100 ciudades de la Unión Americana y en conferencia de prensa, Barak Obama “señaló que los afroestadounidenses también están plenamente conscientes de las disparidades raciales en la aplicación de las leyes penales. Todo eso contribuye a una sensación de que si un adolescente blanco estuviera involucrado en un escenario similar, tanto el desenlace como las repercusiones podrían haber sido diferentes".

 

            La persistencia del criterio xenofóbico en Norteamérica, y en muchas partes del mundo, es una realidad insoslayable que trasciende el ámbito de la justicia. El ambiente de armonía en el que diversos grupos étnicos y raciales comparten el mismo entorno geográfico es tan sólo aparente porque en el fondo de la supuesta aceptación persiste el rechazo y la desconfianza;  la indiferencia se disfraza de respeto.

 

            La intolerancia y la discriminación, rasgos de un absolutismo retrograda, continúan flagelando a la humanidad, envenenando el corazón de generaciones enteras por la impotencia ante la injusticia, por el resentimiento ante el rechazo. Y será un dolor recurrente hasta que logremos comprender que los primeros humanos fueron africanos, que nuestra especie comparte el mismo ancestro y el mismo genoma, que las diferencias raciales son simplemente el resultado de la adaptación al entorno y que seremos merecedores del adjetivo “humano” cuando erradiquemos el veleidoso criterio que atrofia las fibras sensibles, nubla el entendimiento y contamina la razón…

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