En algún lugar de
la condición humana, en una espiral esquiva y recurrente se desplaza veleidoso
un vicio que atrofia las fibras
sensibles, nubla el entendimiento y contamina la razón…
La implantación de la tolerancia y la
erradicación de las prácticas discriminatorias son los retos que deberán asumir
las naciones en el siglo XXI. Desde hace siglos el planeta se encuentra
brutalmente divido por los dogmas religiosos, las naciones se fragmentan por
cuestiones étnicas y aún prevalecen los estigmas que denigran a las
diferencias. Hoy por hoy, la nación estadounidense es el reflejo de una brutal
paradoja: en el destino anhelado de una multitud migrante persisten criterios
que demeritan y criminalizan a los individuos por el color de la piel.
El reforzamiento de las medidas de
seguridad en la frontera sur es la manifestación inequívoca del racismo
predominante y una doble moral: la obstinación en criminalizar a los migrantes
indocumentados obedece a una peculiar visión de la explotación laboral. Recientemente,
un jurado en el estado de Florida declaró inocente a George Zimmerman, un
vigilante voluntario de origen latino que disparó a Trayvon Martin, un joven
afroamericano de 17 años. La exoneración se justifica con el argumento de la
defensa propia y la aplicación de la ley “Stand Your Ground” que permite el uso de la fuerza mortal si una
persona se siente seriamente amenazada. Pero en la observancia de esta ley se
omitió un detalle: el adolescente estaba
desarmado, sólo cargaba un refresco y
una bolsa de dulces.
El veredicto del jurado desató
protestas masivas en 100 ciudades de la Unión Americana y en conferencia de
prensa, Barak Obama “señaló que los afroestadounidenses también están
plenamente conscientes de las disparidades raciales en la aplicación de las
leyes penales. Todo eso contribuye a una sensación de que si un adolescente
blanco estuviera involucrado en un escenario similar, tanto el desenlace como
las repercusiones podrían haber sido diferentes".
La persistencia del criterio
xenofóbico en Norteamérica, y en muchas partes del mundo, es una realidad
insoslayable que trasciende el ámbito de la justicia. El ambiente de armonía en
el que diversos grupos étnicos y raciales comparten el mismo entorno geográfico
es tan sólo aparente porque en el fondo de la supuesta aceptación persiste el
rechazo y la desconfianza; la
indiferencia se disfraza de respeto.
La intolerancia y la discriminación,
rasgos de un absolutismo retrograda, continúan flagelando a la humanidad,
envenenando el corazón de generaciones enteras por la impotencia ante la
injusticia, por el resentimiento ante el rechazo. Y será un dolor recurrente
hasta que logremos comprender que los primeros humanos fueron africanos, que
nuestra especie comparte el mismo ancestro y el mismo genoma, que las
diferencias raciales son simplemente el resultado de la adaptación al entorno y
que seremos merecedores del adjetivo “humano” cuando erradiquemos el veleidoso
criterio que atrofia las fibras sensibles, nubla el entendimiento y contamina
la razón…
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