En algún lugar del
progreso, en los límites de la utopía, los artificios provocan cambios
insospechados, se deterioran las actitudes y se atrofian las visiones…
La comunicación entre los seres
humanos es mucho más que una estrategia de sobrevivencia porque es el vínculo
que satisface las necesidades de
aceptación y pertenencia. Desde la oscuridad de los tiempos, las tribus y
los pueblos surgieron por las semejanzas entre los individuos y la cohesión
social se construyó con los significados
compartidos en forma de mitos, rituales, códices.
Hoy por hoy, el mandato congénito de la socialización sigue más vigente
que nunca porque las necesidades de aceptación y pertenencia desplazaron a la
información de las prioridades sociales. En los albores del mundo moderno el
desarrollo de los medios masivos de comunicación permitió la divulgación de
conocimientos, información e ideologías
pero en la aldea global, la tecnología ha facilitado el contacto entre los
individuos. Miles y miles de millones de mensajes surcan el planeta a cada
instante en las redes sociales donde se
comparten los pequeños fragmentos que configuran la realidad.
El advenimiento de las tecnologías de la información, específicamente
los dispositivos de conectividad móvil están transformando las relaciones
interpersonales, los hábitos, las filias y las fobias, y sobre todo, al imperio
de la mediocracia. Pero la transformación no implica un cambio en los objetivos
de los medios masivos: la inserción de imágenes y videos captados por
dispositivos móviles en las notas
informativas no altera el proceso de jerarquización
de la información que se realiza en los medios masivos.
Un video exhibe los vulgares exabruptos de personajes aberrantes y
rápidamente se convierte en una nota de interés nacional. Así tenemos los casos
de Lady Profeco, Lady Senado y recientemente, del niño humillado en Tabasco por
un energúmeno que trabajaba como inspector del Municipio de Villahermosa. En
esos casos, el repudio galopante manifestado en las redes sociales incidió
en decisiones de gobierno. Y así, la
atención de la población se desvía de los temas trascendentes y se fija en
incidentes callejeros, todos los
usuarios de las redes sociales se indignan por la prepotencia de un funcionario
municipal o se ofenden por la vulgaridad
de divas envalentonadas. Ya no es necesario provocar o crear escándalos para
desviar la atención masiva porque en las redes sociales abunda material para
exhibir toda clase de abusos y excesos. Y la tendencia parece irreversible
porque, próximamente, unas gafas inventadas por Google permitirán filmar todo
lo que su portador atestigüe.
En un futuro muy cercano, circulará una gama insospechada de episodios
de la vida real filmados sin consentimiento de los protagonistas y los temas de
interés político, económico, cultural serán desplazados de la atención masiva.
La función primigenia de la comunicación se redefinirá por el consumo de datos,
imágenes y videos insulsos. Tal vez, ese es el verdadero objetivo de los
consorcios de la comunicación: reducir la atención de los usuarios, atrofiar su percepción y
recluirlo en un ínfimo entorno virtual con los artificios que deterioren sus actitudes y
se atrofien las visiones…
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