“Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia
y la bondad de los demás,
también he de tolerar los defectos del mundo
hasta que pueda encontrar el secreto que me permita
ponerles remedio.”
Mahatma Gandhi
En
algún lugar de la estadística, entre las curvas de los resultados y las
parábolas de las probabilidades, en el eje de una coordenada intangible se detecta
el factor humano de las cifras y se ponderan los estragos de un flagelo social…
Los números son fríos porque reflejan
objetivamente resultados, carencias o
excesos pero el impacto de una cifra reside en las implicaciones
emocionales. Hoy por hoy, los porcentajes relativos a la violencia entre
semejantes reflejan el incremento de la
crueldad y su contagio social, porque es una práctica que se incorpora
paulatinamente en la cotidianidad. Y la frialdad de las cifras es devastadora:
los estudios realizados en la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), indican que
México ocupa el primer lugar internacional en casos de bullying entre
estudiantes de secundaria. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL), señaló que 11% de los
estudiantes mexicanos de primaria han robado o amenazado a algún compañero,
mientras que en secundaria es el 7%. Y la incidencia de casos de acoso escolar
va en aumento: 4 de cada 10 niños son victimizados por sus compañeros.
El
dramatismo implícito en estas cifras se revela con las muertes provocadas por
el acoso, ya sea físico o virtual. El Instituto Nacional de Estadística y
Geografía (Inegi), detectó que en las tres últimas décadas, la tasa de
suicidios en México se cuadruplicó al pasar de dos por cada 100 mil habitantes
a 7.6, hasta el 2011, según las últimas cifras disponibles. Según datos oficiales, cada día, en promedio,
al menos 20 personas en el país intentan suicidarse y el 42% de los casos de suicidio se registró en
jóvenes entre 15 y 24 años de edad. Cada 24 horas fallecen alrededor de 16 jóvenes
por esta causa y el sector más susceptible de tomar esta decisión son las
mujeres que cursan el nivel secundaria.
Los
estragos de la crueldad y el acoso ascienden al nivel de una tragedia social
porque las ofensas y los daños a las personas “diferentes” o en evidente
desventaja, sea cual fuere el motivo, no son tipificadas como conducta
delictuosa y no existe la normatividad jurídica que la sancione o la castigue. Además, la sensibilización social es
intermitente porque sólo se produce
cuando se divulgan los casos de acoso y sus consecuencias. Durante algún tiempo la mediocracia describe
exhaustivamente los pormenores de algún incidente de acoso provocando el desconcierto
general pero la constante exhibición de episodios violentos reduce
significativamente la capacidad de asombro en la población, y los eventos posteriores
que logren provocar indignación y alarma serán cada vez más grotescos.
La
crueldad hacia los débiles es la manifestación más perversa de la fuerza y las
estadísticas del acoso y la crueldad entre semejantes reflejan la pérdida, al
parecer, inexorable de la empatía como el móvil de la socialización, el
contagio virulento de la intolerancia y la impunidad predominante a los
trasgresores. La frialdad de las cifras describe un entorno hostil y
deshumanizado donde se esparcen y proliferan los estragos de un flagelo social…