En algún mítico, bajo
las ruinas del olvido y entre los siglos de la historia perdura el aliento
divino; de cuando en cuando, desciende
sobre la faz de la Tierra para iluminar la
existencia de los mortales en la incesante búsqueda de la victoria…
En la lejana y antigua Grecia, el
triunfo olímpico elevaba a los hombres al pedestal de los héroes y les concedía
una porción de la gloria de los dioses; la corona de laurel sobre la testa de
los campeones materializaba el triunfo de la voluntad y la disciplina sobre los
límites del cuerpo. La versión moderna
del olimpismo recuperó los atributos de la excelencia griega como afán universal del humanismo cuando el
barón Pierre de Coubertain resucitó esta legendaria tradición, y hoy, como
siempre y desde entonces, la justa
olímpica refrenda la imperiosa necesidad del hombre por alcanzar la gloria y
trascender. Y cada olimpiada un pequeño ejército de osados asciende al monte
mítico para derribar las imposiciones del tiempo y la distancia; ante la mirada
impasible de los dioses, demuestran que todo es posible cuando existe una
convicción auténtica.
La ceremonia de inauguración de los
juegos olímpicos acapararon todas las miradas en “el mejor lugar del mundo”,
Brasil, donde los nuevos héroes habrán
de superar los niveles de la excelencia deportiva. Pero al margen de la parafernalia mediática, muy
lejos de los estadios y del espectáculo olímpico, miles y miles de brasileños,
millones de ciudadanos del mundo, son héroes anónimos que se afanan en la lucha
cotidiana por sobrevivir en un ambiente hostil,
voluntades férreas pretenden sobresalir en un entorno competitivo,
enfrentan y vencen los estragos de la enfermedad, superan los límites de la fatalidad y de la
marginación porque el heroísmo se
propaga a todo el planeta: todos los días, en todos los meridianos, se emprende
la búsqueda de alguna oportunidad, se recorre el camino hacia la prosperidad y
se sobrepasa una infinidad de obstáculos.
Y
ese, es el mensaje que envían los dioses desde el Olimpo: la vida de los
mortales es una batalla épica, una epopeya; la gloria es el compendio de una
infinidad de triunfos en todos los ámbitos del espíritu humano. La
desesperanza, la miseria, la ignorancia son los obstáculos que deben
derribarse, y los héroes que deambulan en la faz de la Tierra denuncian las
injusticias, exhiben los estragos de la mediocridad y la sumisión, inspirando a muchos para cooperar en la
construcción de un mundo mejor. Por eso, la excelencia no debe comprimirse en
una cifra con décimas y centésimas de segundo porque es un atributo
inconmensurable: es la templanza que logra
vencer las contrariedades y afrontar todas las adversidades.
La excelencia es el afán
por mejorar la condición humana y se manifiesta
desde la solidaridad hasta el sacrificio en la capacidad del compromiso
y en la determinación por realizar los sueños, todos, todos los sueños, porque el aliento divino desciende sobre la faz de la Tierra para
iluminar la existencia de los mortales
en la incesante búsqueda de la victoria…
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