lunes, agosto 08, 2016

El mensaje del Olimpo


En algún mítico, bajo las ruinas del olvido y entre los siglos de la historia perdura el aliento divino; de cuando en cuando,  desciende sobre la faz de la Tierra para iluminar la  existencia de los mortales en la incesante búsqueda de la victoria…

                                 

            En la lejana y antigua Grecia, el triunfo olímpico elevaba a los hombres al pedestal de los héroes y les concedía una porción de la gloria de los dioses; la corona de laurel sobre la testa de los campeones materializaba el triunfo de la voluntad y la disciplina sobre los límites del cuerpo.  La versión moderna del olimpismo recuperó los atributos de la excelencia griega  como afán universal del humanismo cuando el barón Pierre de Coubertain resucitó esta legendaria tradición, y hoy, como siempre y desde entonces,  la justa olímpica refrenda la imperiosa necesidad del hombre por alcanzar la gloria y trascender. Y cada olimpiada un pequeño ejército de osados asciende al monte mítico para derribar las imposiciones del tiempo y la distancia; ante la mirada impasible de los dioses, demuestran que todo es posible cuando existe una convicción auténtica. 



            La ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos acapararon todas las miradas en “el mejor lugar del mundo”, Brasil,  donde los nuevos héroes habrán de superar los niveles de la excelencia deportiva.  Pero al margen de la parafernalia mediática, muy lejos de los estadios y del espectáculo olímpico, miles y miles de brasileños, millones de ciudadanos del mundo, son héroes anónimos que se afanan en la lucha cotidiana por sobrevivir en un ambiente hostil,  voluntades férreas  pretenden  sobresalir en un entorno competitivo, enfrentan y vencen los estragos de la enfermedad,  superan los límites de la fatalidad y de la marginación porque  el heroísmo se propaga a todo el planeta: todos los días, en todos los meridianos, se emprende la búsqueda de alguna oportunidad, se recorre el camino hacia la prosperidad y se sobrepasa una infinidad de obstáculos.



            Y ese, es el mensaje que envían los dioses desde el Olimpo: la vida de los mortales es una batalla épica, una epopeya; la gloria es el compendio de una infinidad de triunfos en todos los ámbitos del espíritu humano. La desesperanza, la miseria, la ignorancia son los obstáculos que deben derribarse, y los héroes que deambulan en la faz de la Tierra denuncian las injusticias, exhiben los estragos de la mediocridad y la sumisión,  inspirando a muchos para cooperar en la construcción de un mundo mejor. Por eso, la excelencia no debe comprimirse en una cifra con décimas y centésimas de segundo porque es un atributo inconmensurable: es la templanza que logra  vencer las contrariedades y afrontar todas las adversidades. 



La excelencia es el afán por mejorar la condición humana y se manifiesta  desde la solidaridad hasta el sacrificio en la capacidad del compromiso y en la determinación por realizar los sueños, todos, todos los sueños,  porque el aliento divino  desciende sobre la faz de la Tierra para iluminar la  existencia de los mortales en la incesante búsqueda de la victoria…

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