domingo, agosto 28, 2016

Ficciones arborescentes


“La vida no es la que uno vivió,

sino la que uno recuerda y

cómo la recuerda para contarla”.

Gabriel García Márquez

            En algún lugar de la genealogía, el pasado se transforma en una oportunidad para reinventar episodios remotos; en las cuestiones del parentesco, lo único incuestionable es la majestuosidad de las ruinas porque las vivencias no se fosilizan, y por eso, las memorias fluyen  a la idealización  y la historia se reescribe una y otra vez…



            La historia de las naciones se distorsiona hacia el ángulo de la perspectiva oficial,  cada régimen reivindica a los héroes desprestigiados y en ese contoneo, los villanos resultan víctimas de las circunstancias y el heroísmo de los próceres se reduce a un afortunado oportunismo.  Por una inexorable deducción y según mi leal saber y entender, este fenómeno altera la historia de las familias, al menos la historia de la mía. He comprobado que el transcurso del tiempo idealiza la personalidad de los abuelos y embellece los rasgos de los bisabuelos. La ficcionalización del linaje es un proceso consecutivo y acumulativo que se agudiza por la falta de evidencias tangibles, documentales o fotográficas.



Hace muchos, muchos años, escuché las remembranzas de mi padre;  ante el retrato de un abuelo que no conocí, narraba con lujo de detalles las aventuras y desventuras de la parentela, paterna y materna,  pero en aquel árbol genealógico permanecían muchas ramas sin identificar porque un romántico misterio envolvía la procedencia de los bisabuelos  y el motivo de sus migraciones se perdía entre mil y un calamidades y tragedias.  La fuerza de la tradición oral no declinó con el fallecimiento de mi padre porque mis hermanos mayores asumieron con una férrea convicción la intrincada tarea de recuperar y transmitir los avatares de los ancestros. Fue entonces cuando se produjo el primer giro en la historia y de pronto, alguien mencionó a una tatarabuela inglesa que desembarcó en un pueblo de madera, de la nada surgió un pariente lejano y desconocido de origen chino  y en aquel insólito mestizaje se extinguió  el gen de los ojos azules que algún día tendrán mis bisnietos. Y recientemente descubrieron que el  padrastro de mi madre aparentaba ser un albañil para ocultar sus actividades en el bajo mundo como traficante de licor.



La historia fue complicándose por la acumulación de recuerdos, hilvanando pacientemente un sin fin de cabos sueltos, que se confirmaron por alguien que alguna vez conoció al vecino del tío de mi bisabuela paterna. Y ahora, resulta que en una hermosa ciudad colonial existe una avenida con el nombre de un pariente que nunca tuve y hasta ahora me entero de que mi apellido  no es auténtico porque lo cambió una noble doncella huyendo de la perversidad de unos desalmados sin abuela y de que en la estancia de una hacienda provinciana conservan el retrato de un valeroso médico militar que nunca se casó con la madre de alguien porque falleció en la famosa epidemia de nostalgia trajeron los franceses.



Le confieso que la versión de la epidemia de nostalgia me convence más que las desventuras de una madre soltera a principios del siglo XX y estoy considerando omitir la siniestra personalidad del padrastro mafioso en la historia familiar que algún día relataré a mis nietos.  Y no! … desafortunadamente las  evidencias que corroboran las fantasiosas ramificaciones de este árbol se perdieron en el tremendo aguacero que provocó Tláloc cuando entró a la Ciudad de México. La única certeza es que se incorporarán nuevos personajes que enfrentarán catástrofes inauditas en la lucha existencial porque las vivencias no se fosilizan y en las cuestiones del parentesco, las memorias fluyen  a la idealización  y la historia se reescribe una y otra vez…










Fuente:



García Márquez, Gabriel. (2002). Vivir para contarla. Recuperado el 5 de agosto  del 2016, de http://www.moreliain.com/secciones/CULTYTRAD/libros/Gabriel%20Garcia%20Marquez%20-%20Vivir%20para%20contarla.pdf






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