viernes, agosto 19, 2016

Humanidad sin humanos


“La solidaridad no se reduce al movimiento intimista de la compasión,

sino que se amplía a la promoción de una justicia humanizadora para todos.”

Ramón Mínguez Vallejos



En algún lugar del porvenir, entre la ciencia y la ficción, existe un laboratorio donde se analizan los efectos de la materia sobre la conciencia; el resultado de un sinfín de experimentos cristaliza en las versiones posibles del hombre en un entorno deshumanizante…



Desde siempre, el conocimiento de las fuerzas que gobiernan el planeta le facilitó al hombre la ardua tarea de sobrevivir, y desde entonces, los avatares del progreso han modificado los hábitos y las actitudes; hoy por hoy, la tecnología impregna todas las esferas del quehacer humano y su influencia en la cotidianidad se manifiesta en el consumo como valor prioritario de individuos ensimismados, habitantes virtuales de la aldea global, conectados pero aislados. Y en este entorno materializante se diluyen la empatía y la solidaridad ante el predominio del ego como el origen de todos los afanes. Alguna vez, todo lo sólido se desvaneció en el aire, y ahora, la vida es un fluido efímero: los lazos afectivos se condensan y se evaporan la proximidad y las afinidades.



Un rasgo distintivo de la posmodernidad es la fragilidad de los vínculos entre los seres humanos, y una secuela inexorable de esta vulnerable condición se percibe en el entorno familiar, donde se extingue la calidez del resguardo. El hogar se transforma en un ambiente controlado donde coinciden los miembros de una familia pero no conviven ni se comunican. Cada cual atiende sus propios intereses. La presencia física no implica compañía, sobre todo cuando se vive al pendiente de lo que sucede en las redes sociales.



Y en este escenario se escuchan voces que advierten que la educación se ha reducido a la transmisión de los saberes indispensables para competir en el mercado de las oportunidades, y que no implica la formación de profesionales sensibilizados con la realidad social ni de ciudadanos capaces de reconstruir la equidad destruida por la ética del lucro.



Ante el individualismo, como dogma social que entroniza la indiferencia, surge la responsabilidad como un compromiso ético hacia los semejantes. La voluntad, la entrega y el esfuerzo de los padres permitirán que los hijos descubran lo que es verdaderamente importante en su vida; en la escuela, la nueva perspectiva de la educación implica la formación de seres humanos sensibles a las necesidades sociales con la determinación suficiente para solucionarlos.



Es imperativo reforestar el yermo del individualismo exacerbado con el germen de la solidaridad, erradicar la frialdad que materializa las esperanzas y reencauzar el rumbo del destino hacia un mundo más justo para escribir la nueva versión del hombre en un entorno humanizante…

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