En algún lugar
remoto, la memoria colectiva se perpetúa en registros con el afán de evitar los
errores del pasado, pero todos los afanes son vanos porque la longevidad de la
historia escrita excede a la esquiva y veleidosa condición humana…
Cuando el alfabeto fonético fue adoptado por la mayoría de los pueblos,
inició la noble tarea de registrar el legado de la memoria colectiva y los
acontecimientos que marcaron el destino de los reinos y de los imperios; el
ánimo que movía la pluma de los escribanos fue instruir a las generaciones
futuras. Podrían escribirse tomos enteros con las consecuencias de haber
ignorado las enseñanzas de la historia. El episodio más reciente concierne a la
iglesia católica cuyos jerarcas y doctores han olvidado la crueldad del
conflicto desatado por la venta de indulgencias. Por una asombrosa
coincidencia, un día como hoy, 31 de Octubre, pero en el año de 1517, el monje
agustino Martín Lutero clavo en las puertas de la iglesia del palacio de
Wittenberg las 95 razones para condenar el tráfico de las indulgencias como un
abuso del poder sin fundamento en las Escrituras, como una contradicción a los
sacramentos y una manifestación de la avaricia y el paganismo de las
autoridades religiosas. Así se
desencadenó la Guerra de la Reforma, uno de los conflictos más largos y crueles
que arrebató la vida de miles de creyentes.
Pero todo eso quedó en el pasado
remoto y ya no hay nadie que recuerde el encono de aquellas batallas. Y parece
que la jerarquía católica ha confinado a la catacumba del olvido la fuga de
creyentes por las denuncias de Lutero porque, a escasos días del aniversario de
la publicación de las tesis de Lutero, la Congregación para la Doctrina de la
Fe, el organismo encargado del dogma católico cuyo origen es la Sagrada
Congregación de la Romana y Universal Inquisición, prohibió que se dispersen o
se conserven las cenizas de los fieles difuntos que hayan sido cremados,
imponiendo la santidad como un requisito indispensable del lugar donde
descansen los restos o las cenizas.
Ahora, por obra y gracia de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el Cardenal Gerhard
Müller, la última morada de todos los creyentes debe ser sagrado, ya sea en un
cementerio o en una iglesia, decreto que guarda una asombrosa similitud con las
indulgencias que les aseguraban a los feligreses un lugar en el cielo. Sí! Sé
muy bien que los dogmas son rígidos, incuestionables e inapelables. No cuestiono
la fe, disiento de su uso con fines de lucro o distintos a la esperanza y al
consuelo que prodiga.
Además del olvido voluntario, el
decreto emitido por esta autoridad, lesiona la sensatez al privilegiar la
inhumación con el argumento de la resurrección de la carne. Y surgen mil y un
preguntas. ¿Qué será de los mártires que fueron devorados por los leones en el
circo romano? Si la población mundial actual está flagelando al planeta, ¿cómo
podrán sobrevivir todos juntos, los vivos y los resucitados? ¿Existe un censo de todos los fieles que han
fallecido desde la instauración del cristianismo como autoridad terrenal hasta
nuestros días? Si actualmente los cementerios son insuficientes, ¿qué
proporción de la superficie terrestre deberá destinarse a la agricultura para
alimentar a los vivos y qué proporción a la sagrada sepultura de los muertos? ¡Oh! ¡Sí!
Los dogmas son incuestionables, inapelables, pero no son incólumes; hace
muchos años, la cristiana sepultura obedeció a motivos especulativos cuando
solo los fieles difuntos podían descansar en el suelo consagrado dentro del
perímetro de las basílicas y los templos, al amparo de los santos y los
mártires, y en aquel entonces, las tumbas cercanas al presbiterio eran más
costosas y las más lejanas, más baratas. Decreto que cayó en desuso cuando los
terrenos de los templos resultaron insuficientes y todas inhumaciones debieron
realizarse en los cementerios, muy lejos del amparo de los santos.
Ahora, como siempre y desde
entonces, la ciencia y el dogma se confrontan. Carl Sagan afirmó que la primera
virtud del hombre fue la duda y el primer gran defecto la fe. Hemos confirmado que los elementos en los
organismos vivos proceden del cosmos y el mismo Sagan describió la condición
humana diciendo que “somos polvo de estrellas pensando en las estrellas”. En
algún momento, tarde o temprano, la materia orgánica volverá a su estado
primigenio pero el legado de la existencia de los hombres permanece latente en
la mente que los recuerda, se refleja en las actitudes que fomentaron, en las
ideas y convicciones que inculcaron. El destino final de los restos no debería
mortificarnos porque lo inmutable es la esencia intangible de los seres humanos.
Y por los siglos de los siglos, seguiremos dictando decretos y buscando
respuestas, y seguiremos registrando el pasado para ignorar sus enseñanzas porque
la longevidad de la historia escrita excede a la esquiva y veleidosa condición
humana…
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