domingo, octubre 09, 2016

Alicia y el olvido


“Aunque nos olvidemos de olvidar, seguro que el recuerdo nos olvida”.

Mario Benedetti



En algún lugar inaccesible, traspasando el umbral de la sensatez y muy lejos de la realidad, existe un remanso inalterable que alberga las memorias extraídas de la mente por el  hermetismo involuntario del olvido…



            Las cifras suelen ser frías pero las estadísticas implican un factor humano y son contundentes cuando alguno de los porcentajes se materializa en el círculo donde residen los seres queridos. La magnitud de un fenómeno se percibe cuando nos afecta y nos aflige, cuando aparece frecuentemente cerca de nosotros o cuando nos vulnera irremediablemente con la impotencia. Y así me percaté de los estragos del olvido: un mecanismo incomprensible captura los episodios de la memoria de mi madre,  sustrae paulatinamente sus hábitos reduciendo su carácter con los bemoles de la necedad.

            Las cifras son implacables y no ofrecen consuelo: mi madre se incorporó a los 44 millones de personas que padecen Alzheimer, que se convertirá en la enfermedad más recurrente en el siglo XXI; tal vez logren evitarla en el futuro con una vacuna prodigiosa pero en estos momentos es un enigma. Los médicos lo explican como un deterioro en las funciones del cerebro pero no pueden identificar el punto del horizonte que atrae la mirada de mi madre, no han detectado la idea que acapara sus pensamientos ni el motivo de su desesperanza.       

            Y la impotencia me aflige por el silencio que la envuelve, por la apatía que ha secuestrado sus hábitos, por las obsesiones infundadas que la mortifican. Intento recorrer la distancia entre su pensamiento y la realidad con frases de aliento filosófico: contemplo las ventajas de la mala memoria que encontró Nietzsche al redescubrir la vida como si fuera la primera vez; abrazo la certeza de McTesterson para creer que la realidad es un sueño donde se olvida que se vive soñando… pero no me consuelan y me refugio en mis propios recuerdos: en el movimiento de sus labios al leer, en el ritmo de sus pasos, en el estruendo contagioso de su risa, en su férrea convicción para no mentir.

            Me duele sentirla lejana. Y quisiera encontrar el elixir que ahuyentara la tristeza reflejada en su rostro y los dolores que la abruman, quisiera descubrir el motivo ideal para alentarla, quisiera entrar en sus pensamientos para acompañarla en ese laberinto donde se confunden los tiempos. Y quisiera robar su nombre del registro de  la ancianidad y  arrebatarle a las estadísticas el porcentaje que la incluye. Quisiera traspasar el umbral de la sensatez y llegar al recinto inaccesible de sus recuerdos, quisiera alterar el remanso que alberga sus memorias y romper el hermetismo involuntario de su olvido…    

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