“Aunque
nos olvidemos de olvidar, seguro que el recuerdo nos olvida”.
Mario
Benedetti
En algún lugar inaccesible, traspasando el umbral de la sensatez y muy
lejos de la realidad, existe un remanso inalterable que alberga las memorias
extraídas de la mente por el hermetismo
involuntario del olvido…
Las cifras suelen ser frías pero las
estadísticas implican un factor humano y son contundentes cuando alguno de los
porcentajes se materializa en el círculo donde residen los seres queridos. La
magnitud de un fenómeno se percibe cuando nos afecta y nos aflige, cuando
aparece frecuentemente cerca de nosotros o cuando nos vulnera irremediablemente
con la impotencia. Y así me percaté de los estragos del olvido: un mecanismo incomprensible
captura los episodios de la memoria de mi madre, sustrae paulatinamente sus hábitos reduciendo
su carácter con los bemoles de la necedad.
Las cifras son implacables y no
ofrecen consuelo: mi madre se incorporó a los 44 millones de personas que
padecen Alzheimer, que se convertirá en la enfermedad más recurrente en el
siglo XXI; tal vez logren evitarla en el futuro con una vacuna prodigiosa pero
en estos momentos es un enigma. Los médicos lo explican como un deterioro en
las funciones del cerebro pero no pueden identificar el punto del horizonte que
atrae la mirada de mi madre, no han detectado la idea que acapara sus
pensamientos ni el motivo de su desesperanza.
Y la impotencia me aflige por el
silencio que la envuelve, por la apatía que ha secuestrado sus hábitos, por las
obsesiones infundadas que la mortifican. Intento recorrer la distancia entre su
pensamiento y la realidad con frases de aliento filosófico: contemplo las
ventajas de la mala memoria que encontró Nietzsche al redescubrir la vida como
si fuera la primera vez; abrazo la certeza de McTesterson para creer que la
realidad es un sueño donde se olvida que se vive soñando… pero no me consuelan
y me refugio en mis propios recuerdos: en el movimiento de sus labios al leer,
en el ritmo de sus pasos, en el estruendo contagioso de su risa, en su férrea
convicción para no mentir.
Me duele sentirla lejana. Y quisiera
encontrar el elixir que ahuyentara la tristeza reflejada en su rostro y los
dolores que la abruman, quisiera descubrir el motivo ideal para alentarla,
quisiera entrar en sus pensamientos para acompañarla en ese laberinto donde se
confunden los tiempos. Y quisiera robar su nombre del registro de la ancianidad y arrebatarle a las estadísticas el porcentaje
que la incluye. Quisiera traspasar el umbral de la sensatez y llegar al recinto
inaccesible de sus recuerdos, quisiera alterar el remanso que alberga sus
memorias y romper el hermetismo involuntario de su olvido…
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