“La madurez del hombre es haber recobrado la serenidad
con la que jugábamos cuando eramos niños”
Frederich Nietzsche
A Carlos, mi
hermano
En algún lugar ineludible y en un momento inesperado, las leyes del
tiempo imponen sus estragos y todo adquiere una importancia vital; entonces, se
atesoran los recuerdos y se construyen nuevas esperanzas…
Fui la última en llegar a mi familia,
llegué cuando nadie me esperaba y me
recibieron como a un regalo largamente anhelado. Disfruté una larga y cariñosa lactancia que tejió un lazo imperecedero con
mi madre, y ella, llenó mi mundo con historias épicas de maravillas y milagros.
Fui la consentida de mis hermanos y ellos fueron mi guía, la diferencia de
edades les brindó una aureola paternalista y su experiencia me acompañó hasta
el día en que dejé el terruño. Y así, en mi infancia tuve varias versiones de
la autoridad y del carácter, aprendí a ver el mundo desde ángulos diferentes, bailé
ritmos distintos y aprecié la diversidad del talento.
Fui afortunada porque crecí con mis héroes favoritos, porque aprendí de mis
leales consejeros; jugué con mis mosqueteros y a su lado aprendí a caminar a pasos
agigantados para no retrasarme; en aquel entonces, mis hermanos trazaban el
rumbo de su destino con toda la energía que la juventud les prodigaba y durante
mucho tiempo, su imagen y su presencia permanecieron inalterables: veinte años
después, mis mosqueteros seguían luchando con el mismo brío. Pero un buen día,
los años se nos acumularon de repente y la vejez se atravesó en sus planes imponiendo
un cansancio insólito y amenazas insospechadas.
Las leyes inexorables de la vida son
impositivas y hoy debo retribuir todas las gentilezas y las bondades que
disfruté en mi infancia y en mi juventud aceptando la vulnerabilidad de mis
ejemplos de fortaleza. Y es muy difícil. No hay zancada que me permita
alcanzarlos y ahora, la diferencia de edades se impone. En estos momentos, mi hermano Carlos
reconstruye sus esperanzas gracias a la generosidad póstuma de un donador. No
encuentro palabras para expresar mi gratitud y mi admiración a los cirujanos
que lo atendieron; no hay adjetivos que describan el cúmulo súbito de emociones
ante este prodigio.
La vejez desarmó a mis mosqueteros pero
siguen siendo mis leales consejeros y predican con su ejemplo. Fui la última en
llegar y sé que seré la última en partir, y esa certidumbre llegó de repente, y
me aflige pensar en un futuro sin mis hermanos porque sé que en un algún
momento debo continuar en solitario. Por eso, desde este momento: miraré a mis
héroes como fueron en sus mejores tiempos, cuando jugaban conmigo, porque así
se grabaron en mi corazón, retribuiré todo el cariño que me han brindado
para revertir los estragos de las leyes
del tiempo, atesoraré los recuerdos y construiré nuevas esperanzas…
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