domingo, octubre 23, 2016

La última en llegar

“La madurez del hombre es haber recobrado la serenidad
con la que jugábamos cuando eramos niños”
Frederich Nietzsche

A Carlos, mi hermano

En algún lugar ineludible  y en un momento inesperado, las leyes del tiempo imponen sus estragos y todo adquiere una importancia vital; entonces, se atesoran los recuerdos y se construyen nuevas esperanzas…

Fui la última en llegar a mi familia, llegué cuando nadie me esperaba y  me recibieron como a un regalo largamente anhelado. Disfruté una larga y cariñosa  lactancia que tejió un lazo imperecedero con mi madre, y ella, llenó mi mundo con historias épicas de maravillas y milagros. Fui la consentida de mis hermanos y ellos fueron mi guía, la diferencia de edades les brindó una aureola paternalista y su experiencia me acompañó hasta el día en que dejé el terruño. Y así, en mi infancia tuve varias versiones de la autoridad y del carácter, aprendí a ver el mundo desde ángulos diferentes, bailé ritmos distintos y aprecié la diversidad del talento.  

Fui afortunada porque crecí con  mis héroes favoritos, porque aprendí de mis leales consejeros; jugué con mis mosqueteros y  a su lado aprendí a caminar a pasos agigantados para no retrasarme; en aquel entonces, mis hermanos trazaban el rumbo de su destino con toda la energía que la juventud les prodigaba y durante mucho tiempo, su imagen y su presencia permanecieron inalterables: veinte años después, mis mosqueteros seguían luchando con el mismo brío. Pero un buen día, los años se nos acumularon de repente y la vejez se atravesó en sus planes imponiendo un cansancio insólito y amenazas insospechadas.  

Las leyes inexorables de la vida son impositivas y hoy debo retribuir todas las gentilezas y las bondades que disfruté en mi infancia y en mi juventud aceptando la vulnerabilidad de mis ejemplos de fortaleza. Y es muy difícil. No hay zancada que me permita alcanzarlos y ahora, la diferencia de edades se impone.  En estos momentos, mi hermano Carlos reconstruye sus esperanzas gracias a la generosidad póstuma de un donador. No encuentro palabras para expresar mi gratitud y mi admiración a los cirujanos que lo atendieron; no hay adjetivos que describan el cúmulo súbito de emociones ante este prodigio.


La vejez desarmó a mis mosqueteros pero siguen siendo mis leales consejeros y predican con su ejemplo. Fui la última en llegar y sé que seré la última en partir, y esa certidumbre llegó de repente, y me aflige pensar en un futuro sin mis hermanos porque sé que en un algún momento debo continuar en solitario. Por eso, desde este momento: miraré a mis héroes como fueron en sus mejores tiempos, cuando jugaban conmigo, porque así se grabaron en mi corazón, retribuiré todo el cariño que me han brindado para  revertir los estragos de las leyes del tiempo, atesoraré los recuerdos y construiré nuevas esperanzas… 

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