En algún lugar de la penumbra, cuando se
disipa el matiz amenazante, las sombras envuelven los límites sensoriales y la
indefensión se agudiza, pero resurge el eco olvidado de los instintos y las
vulnerabilidades se desvanecen al compartirlas…
El
jueves anterior, la luz de las velas propagó un ambiente íntimo y seductor en
muchos restaurantes del país porque a las 7 en punto de la noche interrumpieron
la corriente eléctrica; la idea surgió en la Cámara Nacional de la
Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados (Canirac) que convocó a
todos sus afiliados a cortar el suministro de la energía eléctrica durante dos
horas en la noche de los jueves de octubre para protestar por los incrementos
en las tarifas de la Comisión Federal de Electricidad y presionar a la Comisión
Reguladora de Energía (CRE).
Tras
el inicio de la campaña “Prendo una vela y apago la luz” empresarios de la
industria hotelera y de la transformación se unieron a la convocatoria y dirigentes
de las cámaras empresariales (Coparmex, Canaco, Servitur, Canirac, AMHM)
manifestaron que en las cuestiones de la energía eléctrica estamos en penumbras.
Y la sombra de la indefensión ya cubre todo el territorio nacional: Mientras
esto sucedía en el centro del país, en el noroeste y a miles de kilowatts de
distancia, la CFE sorprendió a muchos mexicalenses con la llegada intempestiva
de adeudos insólitos; en unos casos por el consumo de energía (en uno de los
meses en que se registran las temperaturas más elevadas en la región) y en
otros, por un dichoso ajuste retroactivo por el mal funcionamiento de los
medidores.
El desconcierto es general y hasta el momento, no hay
argumento ni defensa para eludir el pago de adeudos a la CFE, como tampoco
existen las razones para los incrementos repentinos de las tarifas, mucho
menos, la lógica que explique el costo diferenciado de la energía en la zona
donde se produce y las tarifas comerciales suelen desfalcar a los emprendedores.
Lo único claro es la penumbra. Recientemente asistí a
uno de los “Diálogos en la oscuridad” que tienen por objeto sensibilizarnos de
la hostilidad del paisaje, urbano y social, ante la ceguera. Fue toda una
experiencia: desde una súbita angustia hasta el primer impulso de la adaptación;
desde la indefensión hasta la empatía. Por esa experiencia en la oscuridad
total, auguro que la campaña “Prendo una vela y apago la luz” será todo un
éxito, no sólo para protestar por la tiranía de la CFE, porque en esa penumbra
deliberada se dilatarán las pupilas de los clientes y se despabilarán los
sentidos adormilados por las comodidades cotidianas: el vino adquirirá un sabor
desconocido, las flores exhalarán aromas que se creían obsoletos y la presencia
del acompañante recuperará las virtudes expropiadas
por las redes sociales.
Y
así, por el súbito reencuentro con las sensaciones postergadas, lo que inició
como una protesta podría convertirse en un reconfortante hábito. A media luz se
recuperaría la sana costumbre de conversar en la cena fortaleciendo el músculo
atrofiado de la cortesía; asumiríamos nuestra indefensión y en la solidaria
penumbra se desvanecerían nuestras vulnerabilidades por el simple hecho de
compartirlas…
“Prenda una
vela y apague la luz”
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