"La muerte, es democrática, ya que a fin de
cuentas,
güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba
siendo calavera".
José Guadalupe Posada
En
algún lugar de la noche se diluyen las fronteras culturales para concretar todo
lo intangible, las influencias se mezclan y lo sublime adquiere colores y
sabores mundanos
porque sólo así es posible festejar las tristezas y
remontar la distancia entre el cielo y el suelo…
En un planeta globalizado las
festividades tienden a expandirse porque los recovecos de la condición humana
son los mismos en todos los idiomas y en todos los pueblos. Hoy por hoy, la
fiesta mexicana del día de los muertos es un ritual de exportación que
germinará dondequiera que se implante porque atenúa el duelo al envolverlo
con la bondad de un rebozo iluminando el vacío irreparable con una
esperanza inexplicable. Los quebrantos causados por la muerte se ridiculizan y
las querencias se fortalecen cuando los recuerdos cobran vida.
La
silueta escuálida de la calavera garbancera, creada por José Guadalupe Posada,
recorre la aldea global inspirando nuevas interpretaciones del insólito momento
en el que se reencuentran los vivos y los muertos. Y la garbancera se siente
como en casa en el inmenso territorio del mercado porque sus rasgos son más
vigentes que nunca: los efectos de la ética del lucro moldean la actitud
de los habitantes de la sociedad de consumo.
Actualmente, el predominio de la actitud
aspiracional incide en las definiciones de la felicidad y el éxito; el valor
que se concede a las personas depende del precio de las propiedades que
ostentan. La similitud es evidente: el único atuendo de la calavera de José Guadalupe
Posada es un enorme sombrero cuya elegancia contrasta con su desnudez, y con
esta vanalidad del siglo XIX, Posada criticó a todos aquellos que pretendían
aparentar un estilo de vida superior. El autor la bautizó con el adjetivo
“garbancera” aludiendo a las personas que renegaban de sus raíces indígenas y
pretendían parecer europeos. La semejanza de la garbancera con los nativos de
la globalidad reside en el desapego a los gentilicios y con la sobrepoblación
de perfiles apócrifos. La población digital de identifica con una imagen, con
un ícono que representa rasgos idealizados.
Y
como siempre y desde entonces, ante lo inminente e irremediable resurge la
efímera consistencia de lo humano. La muerte nos reduce a la esencia: un cúmulo
de partículas del polvo de las estrellas y la insignificancia del tiempo
en la Tierra se aplica en la biografía de todos por igual. Lo único que nos
distingue en el páramo de la muerte es la fuerza del cariño que nos inmortaliza
en un recuerdo.
El
regalo de México a la aldea global es la calavera garbancera, una imagen
insolente y trivial que atenúa el quebranto del duelo y que ridiculiza los
devaneos de la condición humana porque sólo en su compañía se revierte la
fatalidad para festejar las tristezas y remontar la distancia entre el cielo y
el suelo…
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