En algún lugar surrealista, en el último
resquicio de la solemnidad perdura la esencia folclórica que colorea el cristal
con que se miran las tristezas para transitar por un duelo con singular alegría…
Primer
Acto. Con el fallecimiento de José José, el Príncipe de la Canción, inició una
tragicomedia con todos los matices del surrealismo a la mexicana. El cantante falleció
en Miami, en el seno de la familia que formó con su tercera esposa; al
divulgarse la noticia, los hijos de su matrimonio anterior viajaron a Miami
para despedirse de su padre y organizar el funeral. Allá, se suscitaron los malentendidos
y desencuentros que atrajeron la atención de los medios y agudizaron el morbo
popular. Durante varios días nadie supo dónde se encontraban los restos de José
José, los hijos de aquí revelaron los desvaríos de la hija de allá y
súbitamente, estos personajes se convirtieron en celebridades mediáticas: unos
como mártires, la otra como villana.
Segundo
Acto. La confusión rampante desató la inspiración de los dolientes mexicanos
que imprimieron su repudio en memes con humor macabro para ridiculizar el
sainete. No faltaron las glorificaciones al cantante fallecido ni las críticas a
sus errores y vicios. Lo único que se mantuvo inalterable fue el prodigio de su
voz, que desde su fallecimiento resurgió del olvido impregnando el ambiente con
una tenue nostalgia. En eso estábamos cuando, sin saber cómo ni dónde, los
hijos de aquí y la villana de allá se reconciliaron para dignificar los
funerales del Príncipe. Acordaron hacer dos homenajes de cuerpo presente: uno
allá, en Miami, y otro aquí, en México; y otra vez, sin saber por qué sí ni por
qué no, la hija de… allá anunció que los restos del cantante se cremarían y que
se repartirían las cenizas entre las dos familias, la mitad se quedaría en
Miami y la otra llegaría aquí, a México para rendirle todos los honores que
sólo los ídolos merecen.
Tercer
Acto. El féretro dorado con las cenizas de José José descendió en el hangar
presidencial; fue recibido por su exesposa, un contingente de allegados y una
multitud de curiosos. Se agradeció el cariño y el apoyo para lograr el gran
cometido de traer al artista a su patria y el cortejo fúnebre partió a Bellas
Artes, de ahí a la Basílica y pasó por la colonia Clavería antes de llegar al
Panteón francés. Y la mexicanidad salió a relucir. En el trayecto se armó un
borlote cuando los motociclistas de la policía capitalina trataron de impedir
el paso a los reporteros: después de unos guamazos, patadas, zapes y mentadas,
todos se incorporaron al cortejo; y en Clavería, los vecinos cantaron sin temor
a desentonar, recibieron a su ídolo cantando y aplaudiendo; muchas horas
después del sentido homenaje, seguían brindando y cantando en el Parque de la
China ante la estatua de José José.
Este desgarriate
revela que la esencia surrealista de la mexicanidad perdura en el último
resquicio de la solemnidad y que colorea el cristal con que se mira la tristeza
para transitar por un duelo con singular alegría…
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