jueves, octubre 10, 2019

tragicomedia a la mexicana


En algún lugar surrealista, en el último resquicio de la solemnidad perdura la esencia folclórica que colorea el cristal con que se miran las tristezas para transitar por un duelo con singular alegría…

            Primer Acto. Con el fallecimiento de José José, el Príncipe de la Canción, inició una tragicomedia con todos los matices del surrealismo a la mexicana. El cantante falleció en Miami, en el seno de la familia que formó con su tercera esposa; al divulgarse la noticia, los hijos de su matrimonio anterior viajaron a Miami para despedirse de su padre y organizar el funeral. Allá, se suscitaron los malentendidos y desencuentros que atrajeron la atención de los medios y agudizaron el morbo popular. Durante varios días nadie supo dónde se encontraban los restos de José José, los hijos de aquí revelaron los desvaríos de la hija de allá y súbitamente, estos personajes se convirtieron en celebridades mediáticas: unos como mártires, la otra como villana.

            Segundo Acto. La confusión rampante desató la inspiración de los dolientes mexicanos que imprimieron su repudio en memes con humor macabro para ridiculizar el sainete. No faltaron las glorificaciones al cantante fallecido ni las críticas a sus errores y vicios. Lo único que se mantuvo inalterable fue el prodigio de su voz, que desde su fallecimiento resurgió del olvido impregnando el ambiente con una tenue nostalgia. En eso estábamos cuando, sin saber cómo ni dónde, los hijos de aquí y la villana de allá se reconciliaron para dignificar los funerales del Príncipe. Acordaron hacer dos homenajes de cuerpo presente: uno allá, en Miami, y otro aquí, en México; y otra vez, sin saber por qué sí ni por qué no, la hija de… allá anunció que los restos del cantante se cremarían y que se repartirían las cenizas entre las dos familias, la mitad se quedaría en Miami y la otra llegaría aquí, a México para rendirle todos los honores que sólo los ídolos merecen.

            Tercer Acto. El féretro dorado con las cenizas de José José descendió en el hangar presidencial; fue recibido por su exesposa, un contingente de allegados y una multitud de curiosos. Se agradeció el cariño y el apoyo para lograr el gran cometido de traer al artista a su patria y el cortejo fúnebre partió a Bellas Artes, de ahí a la Basílica y pasó por la colonia Clavería antes de llegar al Panteón francés. Y la mexicanidad salió a relucir. En el trayecto se armó un borlote cuando los motociclistas de la policía capitalina trataron de impedir el paso a los reporteros: después de unos guamazos, patadas, zapes y mentadas, todos se incorporaron al cortejo; y en Clavería, los vecinos cantaron sin temor a desentonar, recibieron a su ídolo cantando y aplaudiendo; muchas horas después del sentido homenaje, seguían brindando y cantando en el Parque de la China ante la estatua de José José.

Este desgarriate revela que la esencia surrealista de la mexicanidad perdura en el último resquicio de la solemnidad y que colorea el cristal con que se mira la tristeza para transitar por un duelo con singular alegría…


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