“La política será reemplazada por la metáfora.
El político estará muy feliz de abdicar a favor de su imagen,
porque la imagen será mucho más poderosa de lo que él podría ser. ”
Marshall McLuhan
En algún lugar imponderable, las ideas se desplazan en ondulaciones
esquivas y caprichosas desde la euforia hasta el olvido, porque el pensamiento
es inmune a las medidas y en su entorno los rangos carecen de significado…
Las tendencias siguen un trayecto inexorable
desde sus albores hasta su declive; en el surgimiento de un imperio es posible detectar las causas
de su derrumbe, pero la existencia de una idea es un índice incuantificable y
el alcance de la influencia de un pensamiento elude cualquier limitación concreta
o intangible. Las ideas nacen y se reproducen en el ámbito académico, se
expanden en el mundo circundante y su impacto es imperecedero.
La vida extemporánea de la Teoría Crítica que se postuló en los
inicios del siglo XX pudo detectarse en
las protestas que en 1968 que denunciaron
los excesos de un patriotismo exacerbado
en los medios masivos. En las manifestaciones del movimiento #Yo soy 132 se identifican las líneas del pensamiento de
Marshall McLuhan, heredero impecable del pensamiento crítico cuya percepción se
ha confirmado una y otra vez en este globo terráqueo donde el medio es el
mensaje y la reflexión se encuentra en peligro de extinción. Quiero creer que
el movimiento #Yo soy 132 es una
reacción de la razón ante un criterio impositivo, el eco de la filosofía, la
manifestación de la antropología, la concientización colectiva que súbitamente
salió de las páginas de un libro para marchar por las avenidas de una ciudad.
El imperio mediático es el emblema de la
Modernidad: la fábrica de las convicciones sociales que benefician a los grupos
en el poder político y económico; por la
vía de la persistencia y el hartazgo, la mediocracia ha impuesto ideales y
estereotipos, ha divulgado las actitudes de las grandes masas que favorecen a los
consorcios financieros. Pero éste, como
todos los imperios, tiene una vigencia finita; merodeando las paradojas de la posmodernidad,
en el ascenso y en la debacle del cuarto
poder intervienen los mismos factores: la tecnología y la afinidad como
elemento de cohesión social.
Las telecomunicaciones eliminaron las
distancias geográficas para comunicar todos los rincones del mundo pero los
radioescuchas y los televidentes del siglo XX fueron espectadores, receptores
pasivos de la información. Hoy por hoy, los avances en las tecnologías de
comunicación permiten que los usuarios participen en la divulgación
informativa, son consumidores y, a la
vez, productores de mensajes que rectifican
los datos erróneos, identifican las notas tendenciosas y exhiben falacias en
cuestión de minutos… o segundos.
El asalto a la información será el emblema de
la hipermodernidad; el momento en que la
realidad se reescribió con miles de percepciones y millones de verdades se inscribirá, tarde o
temprano, en los momentos estelares de la historia. Los mensajes en las redes
sociales convocan y reúnen a miles de
personas con una idea en común pero su impacto y su trascendencia aún son
imponderables. Para los idealistas con vocación por las utopías (como yo) estos
movimientos significan el inicio de una forma diferente de escribir la
historia, son los albores de un nuevo lenguaje que incluirá todos los acentos y
de una visión humanizante que se configurará con todas las vivencias de un
sinfín de corazones entrelazados con hilos invisibles pero contundentes.
Quiero creer que el movimiento #Yo soy 132 es una reacción de la razón ante
un criterio impositivo, el eco de la filosofía, la manifestación de la
antropología, la concientización colectiva que súbitamente salió de las páginas
de un libro para marchar por las avenidas de una ciudad. Quiero imaginar que
las ideas se desplazan en ondulaciones esquivas y caprichosas, que el pensamiento es inmune a las medidas y
que en el entorno de las convicciones los rangos carecen de significado…
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