En algún lugar recíproco y en un momento
excepcional, una mirada acaricia los afanes de las palabras y con el color de
esa feliz coincidencia se ilumina la soledad…
Después de siglos y más siglos de
mutaciones y adaptaciones, acudimos puntuales a la cita con nuestros orígenes.
Año tras año, la inclemencia del
invierno condiciona nuestros hábitos e influye en nuestras percepciones: buscamos
instintivamente el calor del terruño, olfateamos el aroma del hogar y de los congéneres para satisfacer la necesidad
de pertenencia, que es el imperativo primigenio de todas las especies.
Por eso ahora, como lo hicieron mis
ancestros hace millones de años, el invierno guía mis pasos y me dirige a un
entorno seguro; y en un apacible remanso donde todos los riesgos se extinguen,
entre las luces y las sombras del fuego hogareño se dibujan las figuras que
iluminaron mi camino hasta el día de hoy.
Y desde la calidez de mi guarida agradezco
la bondad de todas las miradas que han recorrido los afanes de mis palabras,
porque sin esa maravillosa coincidencia, mis palabras carecerían de sentido y
mis ideas, de destino. Agradezco el pequeño prodigio de la lectura porque le
confiere forma y consistencia a mis pensamientos y porque me concede un breve
espacio en su memoria.
La condición humana surge por la
empatía, al compartir el origen y el destino, los miedos y las incógnitas. La coincidencia nos
humaniza. El prodigio de una pintura rupestre emana del mensaje que trasmite,
de cada uno de los trazos que trascendieron al autor y lo enlazan con los
habitantes del futuro en una comunión indescriptible. La magia de las letras
surge en el preciso momento en que un lector recrea los escenarios descritos
por un escritor, cuando comparte sus
angustias o experimenta sus percepciones por la virtual convergencia de los
rumbos del pensamiento.
Hoy como siempre y desde entonces, en la
reciprocidad se desvanecen los temores y se fortalecen las esperanzas; cuando
una mirada acaricia los afanes de las palabras se afianzan las certidumbres, se
comparten las convicciones y se iluminan las soledades con el color de esa feliz coincidencia…
Agradezco la gentileza de todos los que
han compartido conmigo su experiencia y que me han acompañado en la
materialización de mis sueños.
Agradezco a todos mis editores, a todos
mis colegas y compañeros, a mis maestros y a mis alumnos por la maravillosa
oportunidad de compartir mis convicciones.
Agradezco el color de la feliz
coincidencia que nos reunió en esta columna.
Y a todos mis
lectores, les deseo:
Que la
calidez acentúe todas sus palabras
y que no existan superlativos para los
sentimientos.
Que todas las
esperanzas se conjuguen en el presente
y que en el
futuro siempre exista un capítulo magistral por escribir.
Feliz Navidad!
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