domingo, diciembre 09, 2012

Más que palabras


En algún lugar  significativo, en el territorio habitado por  figuras y  símbolos,  los mensajes se transmiten sin palabras en un código infalible que omite las voces y los sonidos…

 

            Uno de los rasgos que distinguen a la Modernidad es la fascinación por las imágenes; desde los primeros daguerrotipos hasta la televisión, la mirada predominó en la percepción del mundo y  lo visible se impuso a lo inteligible hasta provocar  la claudicación de la reflexión y el discernimiento en los “hommo videns”, esa peculiar sub-especie descrita por Sartori. Hoy por hoy, en una sociedad irremediablemente mediatizada, la construcción de imágenes públicas es una prioridad porque  la ingeniería del consenso y la fabricación del consentimiento confirman el grado de la influencia que ejercen los mensajes emitidos en la industria del entretenimiento sobre las actitudes y las pautas de conducta. 

 

La percepción generalizada y socialmente compartida de los personajes públicos depende en gran medida del diseño y  construcción de su imagen, pero sobretodo, depende del control de los movimientos, gestos y ademanes, de las expresiones irreflexivas e involuntarias que pudieran desmentir el discurso porque el lenguaje corporal es la manifestación inequívoca de la interioridad a través de un código de fácil interpretación.

           

            Felipe Calderón fue la figura indiscutible de su sexenio, el protagonista  omnipresente en todos los mensajes emitidos en la Presidencia de la República hasta el último día de su mandato. Sin diseño ni construcción, la imagen de Felipe Calderón proyectó a un personaje indómito y arisco sin un ápice de la humildad que le hubiera permitido escuchar a los expertos, y  los rasgos de su obstinación impregnaron el mensaje visual.  Ni siquiera la pérdida inexorable del poder y la inminencia de la nostalgia lograron atenuar su protagonismo: en el último mensaje al pueblo mexicano aparece pensativo al lado del lábaro patrio y desciende en solitario la escalinata exterior de la residencia oficial.

 

            En contraste, la presencia mediática de Enrique Peña Nieto proyecta disciplina, su adaptación al diseño de su imagen es evidente como lo es  su disposición a escuchar y atender a los expertos en imagología y telegenia. Todos sus movimientos, sus ademanes y sus expresiones han sido diseñados para enviar un mensaje más impactante que el discurso.  Uno de los contrastes más evidentes respecto al calderonismo es el estilo de la comunicación pública: Enrique Peña Nieto no aparece en los primeros mensajes emitidos por la Presidencia de la República. Los videos “Impulso” y “Se puede” proyectan una forma diferente de asumir el poder e iniciar el sexenio.

 

            Y una vez más, la forma es el fondo, el medio es el mensaje, las imágenes moldean la percepción y condicionan la actitud socialmente compartida.  El  impacto del nuevo discurso visual  se confirmó con las primeras encuestas cuyos porcentajes indican que la imagen pública de Enrique Peña Nieto ha generado  expectativas positivas.  Desde esta perspectiva, la opinión pública es susceptible al encantamiento de las imágenes y al dogmatismo de los símbolos porque  el consenso nacional se fabrica con todos los mensajes que transmiten sin palabras en un código infalible que omite las voces y los sonidos…

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