En algún lugar intrigante, se fusionan las cifras y las fechas, los
nombres y los cargos en cuestionamientos que sólo aceptan una respuesta; y así,
con realidades esquivas y certezas improbables, incidiendo en el pasado se pretende visualizar
el porvenir…
La
comparación entre los pronósticos y los resultados es inevitable en la culminación de los
procesos electorales pero en la reciente elección presidencial en México la
diferencia entre los votos emitidos y los porcentajes de las encuestas difundidas en los medios
masivos fue un escándalo. El Movimiento Progresista inició un juicio de inconformidad argumentando
que las encuestas electorales fueron utilizadas como medio de publicidad o
presión a favor del candidato del Partido Revolucionario Institucional
(PRI); los siete magistrados electorales
consideraron infundado el agravio y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de
la Federación (TEPJF) exoneró a las agencias encuestadoras de haber manipulado
los resultados de sus estudios como forma de propaganda a favor del entonces
candidato, Enrique Peña Nieto.
Aún
ahora, no existe consenso respecto al motivo del escándalo poselectoral:
algunos se indignan por el juicio de inconformidad o por la difusión de
pronósticos tendenciosos y otros se ofenden por la resolución de los
magistrados pero aquel incidente reflejó el abuso en el ejercicio de las
probabilidades, la divulgación exhaustiva de encuestas durante
las campañas de proselitismo y la incorporación constante de las cifras y los
porcentajes en el discurso triunfalista de los candidatos.
Lejos
de aminorarse, estos abusos se agudizan: en el actual proceso electoral en el
estado de Baja California surgieron
empresas encuestadoras que realizan un sondeo intenso y continuo vía
telefónica. Lo intrigante no son las nuevas encuestadoras ni el partido
político que solicita sus servicios y tampoco la frecuencia de los
sondeos. Lo cuestionable es el sesgo de
la encuesta porque la estructura de la
entrevista telefónica incluye datos que descalifican a alguno de los
contendientes; las preguntas de la encuesta inician así: “sabía usted que el candidato Fulanito
hizo esto y aquello cuando fue el mero mero?” y continúan: “sabiendo esto: por
quién votaría usted si las elecciones fueran el día de hoy?” y esta secuencia
se repite dos o tres veces en la encuesta.
La
estrategia, si puede considerarse así, consiste
en “revelar” el aspecto siniestro de algún candidato o la “verdadera” intención
del opositor que aspira a la victoria electoral y pretende moldear las respuestas del
entrevistado y conducir la encuesta hacia el resultado esperado. De esta forma,
el resultado del sondeo será favorable y se divulgará como un logro de campaña
para influir en el amplio sector de indecisos y convencer a los apáticos. Hoy por hoy, los hogares bajacalifornianos
reciben dos o tres llamadas telefónicas cada semana de empresas desconocidas
solicitando la participación en una breve encuesta y la intensidad de las
“revelaciones” y la frecuencia de las encuestas aumentarán en la proximidad de
los comicios.
Pero
la causalidad también interviene en las probabilidades: cuando la aplicación
tendenciosa de encuestas y el sesgo en las preguntas son evidentes el margen de
error se eleva a porcentajes que inhabilitan el sondeo porque los electores
entrevistados que identifican la
tendencia de la encuesta, modifican y falsean sus respuestas. Por lo tanto: el
cálculo de probabilidades está doblemente sesgado y no constituye un elemento
fiable para la toma de decisiones. En esta versión de las campañas negras, el esfuerzo es inútil y provoca reacciones
adversas en el electorado; a trece días de los comicios, el único pronóstico fiable es el porcentaje
del abstencionismo, que será el reflejo incuestionable del manejo caprichoso de
realidades esquivas y del vano afán de incidir en el pasado para visualizar el
porvenir…
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