“Sostenemos
como evidentes estas verdades:
que
todos los hombres son creados iguales;
que
son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables;
que
entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”
Declaración
de Independencia, 1776
En algún lugar recóndito, secreto y
esquivo, la razón y el sentimiento coinciden en el tiempo; como evidencia de la insólita alianza, la luz se
fragmenta y endulza el horizonte con un arco festivo que prodiga todos los
colores de la esperanza…
El devenir de los tiempos y los
caprichos del progreso desplazaron la búsqueda de la felicidad de la
declaración universal de los derechos humanos y del corazón de los ciudadanos
del mundo en un proceso contrario a la razón que instituyó el sendero único
hacia la felicidad y que impuso estigmas denigrantes a quienes seguían un
camino diferente. La intolerancia que alguna vez se pretendió erradicar por las
bondades de la razón adquirió la consistencia de un prejuicio generalmente
aceptado y socialmente correcto.
Dos siglos después y en el mismo
país que proclamó la Declaración de Independencia, la madrugada del 28 de junio
de 1969 en Greenwich Village, la policía realizó una redada en el bar Stonewall
Inn que era propiedad de la mafia y que abría sus puertas a los homosexuales, marginados
entre las minorías marginadas, “pero
aquella noche los ánimos estaban especialmente exaltados: 200 personas se encontraban en el bar y
algunas se negaron a ser identificadas y
cacheadas; al parecer, una de ellas golpeó a uno de los policías con su bolso y
se desencadenó un disturbio contra la policía. La noticia se extendió por el
barrio y pronto cientos de personas se enfrentaron a la fuerza pública por
varios días defendiendo el derecho a manifestar su orientación sexual sin ser
arrestados. Al año siguiente, se realizaron los primeros desfiles del Orgullo
Gay en varias ciudades para conmemorar los disturbios donde la comunidad
lésbico, gay, bisexual y transgénero (LGBT)
se atrevió a defender el derecho de la igualdad que les confiere su
pertenencia a la especie humana.
Hoy por hoy, en el reciente desfile del Orgullo Gay se celebró la
decisión histórica de la Suprema Corte Estadounidense sobre la
constitucionalidad de los matrimonios homosexuales. La estrella absoluta del
festejo fue Edith Windsor, una viuda de 84 años cuya denuncia contra la Ley de
Defensa del Matrimonio (DOMA) “generó el efecto dominó que consiguió la
igualdad ante las leyes federales de las uniones de personas de mismo sexo.”
Pero el arco iris no puede abarcar al mundo entero y los contrastes son
inevitables: la homofobia es la principal causa de la intolerancia y de los
crímenes de odio. Las expresiones beligerantes contra la comunidad LGBT surgen
con repudio y violencia en todas las coordenadas del planeta, aún en los países
que tradicionalmente se mantenían en la vanguardia del pensamiento liberal. En México, no faltan
las declaraciones que le atribuyen a esta minoría todas las perversiones
conocidas y sobresalen los personajes políticos que enarbolan el estandarte de la intolerancia
y que, en el deleznable ejercicio de una doble y falsa moral, condenan
públicamente lo que toleran y realizan en secreto.
Los dogmas predominantes siempre han polarizado a las naciones y a los
pueblos: los criterios discriminatorios se detectan en el gentilicio griego, en
la ciudadanía romana, en el culto católico, en el capitalismo industrial y
ahora, en los prejuicios inquisitoriales. Siempre habrá un sector que no
coincida con el criterio predominante y la calidad de las sociedades humanas
residirá en su capacidad para reconocer la dignidad implícita en las
diferencias y para otorgar a todos los individuos el derecho a buscar la
felicidad en senderos alternativos. Hoy por hoy, es imperativo recuperar la
esperanza de los firmantes de Declaración de Independencia que empeñaron su
vida, su hacienda y su honor en defenderla, en uno de los momentos estelares de
la humanidad cuando la luz de la razón se fragmentó para endulzar el horizonte
con un arco festivo que prodiga desde entonces todos los colores de la
esperanza…
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