El
fenómeno de la televisión demuestra que la gente
está
dispuesta a ver cualquier cosa con tal de no verse a sí misma
En algún lugar insólito pero cotidiano, la desventura y las angustias
se desvanecen por los artificios de un placebo visual y todos los sinsabores de
la realidad se endulzan con la fascinación de la mirada…
La invención del daguerrotipo transformó la emisión de los mensajes en
un proceso cautivador porque las imágenes
llegan instantáneamente al cerebro llevando consigo una pequeña inmensidad de ideas
y significados. El éxito de los mensajes
o signos visuales obedece a la capacidad del cerebro para decodificar las
imágenes percibidas en una fracción de segundo, pero en esta inmediatez no hay
espacio para el discernimiento. Y así, las razones y los argumentos fueron
desplazados en los mensajes visuales dirigidos a audiencias masivas y la
televisión es el invento que confirma esta premisa.
Aunque existe una brillante excepción que confirma la regla: en 1949
Guillermo González Camarena, inventor de la televisión a colores, la presentó
como un instrumento esencial para la enseñanza de la Medicina en la 9ª.
Asamblea Nacional Cirujanos. Durante algún tiempo, las señales de televisión
transmitieron clases de educación primaria y secundaria a todo el territorio
nacional en un esfuerzo por llegar a los
rincones inaccesibles de la geografía mexicana donde aún se carecía de
escuelas.
Pero sucedió lo inevitable: el auge de la industria del entretenimiento
propagó ilusiones como placebos existenciales y erigió a la televisión como el
medio masivo por excelencia que se convierte en la única vía para escapar de
las angustias de la realidad. La eficacia del placebo de la televisión es una
certeza incuestionable: una y otra y otra vez, los telespectadores imitan
conductas y actitudes de personajes de la programación televisiva;
durante las campañas de linchamiento mediático, los entrevistados en sondeos de
opinión repiten textualmente las notas informativas de los noticieros en televisión. Y recientemente,
en la ciudad de Tijuana, Baja California, se aplazó la fecha para la
terminación de transmisiones analógicas por las protestas de los habitantes que
aún no cuentan con aparatos decodificadores o televisores digitales que
representan el 7% de la población.
Cómo debe entenderse este suceso? Podría ser un episodio en una distopía que
refleje la sumisión de una sociedad teledirigida: la digitalización de la señal
de televisión es un avance tecnológico pero la calidad del audio y el video no
significan la calidad de los contenidos; simplemente habrá más opciones
idiotizantes. También podría ser la secuela infame en la biografía de los
magnates: “para Emilio Azcárraga Milmo, como para su padre Emilio Azcárraga
Vidaurreta, y para su hijo Azcárraga Jean, la televisión simplemente es un gran
negocio: venderle espectáculo a los pobres y, a cambio, garantizarle al sistema
la sumisión de los “jodidos” y el control político por la vía de la información”.
La prioridad de la televisión comercial es divertir, distraer, enajenar a los pobres e incorporarlos a la sociedad de consumo, su función no es mejorar
su condición ni mucho menos instruirlos.
Cuando el porcentaje de los hogares mexicanos con televisor asciende al
95%, el cinismo del magnate adquiere la contundencia de una condena. La gran
mayoría de los mexicanos olvida sus problemas al oprimir un botón y entonces, la
desventura y las angustias se desvanecen por los artificios de un placebo
visual y todos los sinsabores de la realidad se endulzan con la fascinación de
la mirada…
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