“Revelar
al mundo algo que le interesa profundamente y que hasta entonces ignoraba, demostrarle que ha sido engañado en algún
punto vital para sus intereses temporales o espirituales, es el mayor servicio
que un ser humano
puede
prestar a sus semejantes”.
John
Stwart Mill
En algún lugar del planeta, a través
de todos los siglos ha perdurado una frontera intangible, pero contundente, en
todos los pueblos, reinos y naciones; al traspasar ese límite se evaporan todas
las concepciones éticas porque ahí prevalecen los intereses del poder…
El estrecho círculo del poder se
ubica en una región privilegiada, alejada y ajena a la idiosincrasia social
porque en ese ámbito excluyente predomina una percepción distinta que adjudica
honorabilidad a los actos criminales si benefician al Estado y sólo si son
cometidos por la fuerza pública; las acciones que la población califica como
aborrecibles e injustificables se justifican si obedecen al criterio oficial y
sólo si se realizan en la secrecía; los actos de lesa humanidad adquieren una
aureola heroica si su objetivo es conjurar las amenazas al régimen y sólo si
son efectivas.
Los incidentes Wikileaks y Xkeyscore
exhiben las contradicciones entre la convicción de un civil y los intereses en
el ámbito del poder. Cuando el marine norteamericano Bradley Manning filmó una
masacre cotidiana en Irak lo hizo impulsado por una convicción moral para revelar la crueldad excesiva en el
frente de batalla. La publicación de los cables y mensajes entre dependencias
gubernamentales de todo el mundo en el portal de Julian Assange descubrió una
inmensa red de complicidades en la violación flagrante a todas las convenciones
internacionales que defienden los derechos humanos. La convicción por el
respeto a la privacidad fue el único aliciente para que Edward Snowden revelara
la existencia de un inframundo cibernético dedicado al espionaje inescrupuloso
en todas las modalidades de las telecomunicaciones. Manning, Assange y Snowden
detectaron la vileza de las acciones gubernamentales que yace bajo el camuflaje
del noble servicio por la paz y la seguridad. Enclaustrados en un limbo de la
justicia encarnan la cruel ambivalencia de la verdad: algunos los consideran
los héroes hípermodernos de la libertad de expresión mientras otros los
condenan por traición y espionaje.
Lógicamente, las dos versiones de la
verdad se confrontan en la arena mediática en circunstancias inequitativas. Tras
la revelación de las intercepciones de todos los mensajes en el hiperespacio, el
gobierno estadounidense se justificó con el combate al terrorismo: ayer se emitió
una vaga alerta mundial a los viajeros debido a la posibilidad de un atentado
porque “la inteligencia estadunidense
tiene información de que Al Qaeda en Yemen estaría en las últimas etapas de la
planificación de un ataque no especificado.” Y en el entorno digital, Viktor Mayer-Schönberger, profesor de regulación
y gestión en el Internet Institut de la Universidad de Oxford, declaró que las
tecnologías de la información y comunicación contribuyen al “desarrollo de
sofisticados sistemas de predicción de mercado” y en un desmesurado pronóstico, el experto en
informática aseguró que la “Big Data”
con todos sus algoritmos será “un
revolucionario modo de gestionar el mundo, que permitirá pronosticar posibles
embarazos no deseados, tumores aún no detectados o criminales en potencia…
increíble!
Y
así, todo se justifica: las persecuciones, el acoso, las torturas y todas las
aberraciones imaginables son actos de justicia sólo si los ejecuta el Estado; la irrupción en los
mensajes y en las actividades de los cibernautas en la red o en la nube serán
un indicador infalible sólo si se capitalizan en el mercado global porque en el
ámbito del poder se evaporan todas las concepciones éticas y prevalecen los intereses de una élite…
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