lunes, junio 19, 2006

El bálsamo del Olvido

En algún lugar del archivero, en el expediente de mis olvidos, en orden cronológico, tengo las nostalgias que he desterrado del país de mis sonrisas, todos los “si yo hubiera…” que pudieron cambiar mi destino, las ofensas y decepciones que han herido mi dignidad…¡Sí! El rubro de mis olvidos es extenso, porque ahí, le doy el burocrático carpetazo a todas las palabras vacías, a las angustias intrascendentes, al desamor y a la falsedad.

¿No le parece que el olvido, es un prodigioso mecanismo de autodefensa? Es un maravilloso proceso mental, que minimiza las vivencias dolorosas y nulifica gradualmente el efecto devastador que ejercen sobre nosotros.

Discriminadamente, todo lo que puede lastimarnos, es archivado en el lugar más remoto de la consciencia, donde pierde poder y se vuelve inofensivo.

Es bastante difícil caminar con nuestra historia a cuestas, pero sería insufrible, llevar nuestras experiencias amargas a flor de piel. Gracias a esa voluntaria amnesia, cada amanecer es un nuevo principio; cada día nos ofrece la oportunidad de volver a empezar.

¿Cómo dice?…¿Que usted no olvida…queeé? Pues, tómese unas grageas de “Valemadrismo”, ¡son buenísimas! Verá como poco a poquito, sin darse cuenta, sus rencores y pesares se vuelven obsoletos y ridículos. No causan adicción y tienen un ligero sabor a sandía.

¡Créame! El olvido es el mejor analgésico para el dolor del alma. Es realmente efectivo, porque inhibe la histamina que nos producen los traumatismos, desinflama las tristezas, cauteriza las heridas y cicatriza rápidamente cualquier infortunio.

Si usted es una de ésas personas que colecciona resentimientos, ¡cálmela! Porque llegará un día en que todo será negativo y nefasto; todo le producirá una apatía desastroza.

¡Sí! En la vida hay tropiezos y caídas, pero creo que es mejor aprender de los fracasos que atesorarlos. Cada amargura, cada desdicha, tiene un peso demoledor en el ánimo. La buena fortuna, pesa exactamente lo mismo, que el beso de un ángel. ¿No cree usted, que nuestra carga será más llevadera si nos deshacemos de dolores añejos y corajes fermentados?

¡Hágame caso y hágase a usted mismo un favor! Sacuda de su carácter todo lo triste y amargo. Quite las telerañas de los rencores, ventile su mirada y permita que el viento del olvido se lleve todas las ofensas y agravios, todas las penas y desconsuelos.

¿Yo? Pues, le confieso que soy una consumidora compulsiva de las famosas grageas de Valemadrismo. A veces, cuando duplico la dosis, se me olvida todo; creo que hasta se me olvida cómo me llamo… porque me cambio de nombre y me pongo “Estúpida”.

1o de Noviembre de 1998.


Laura M. López Murillo
enalgunlugarlaura@hotmail.com

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