martes, junio 20, 2006

El bastión del silencio

En algún lugar del aire, donde se desvanece la frontera entre lo sublime de lo absurdo, en una repisa apacible, tengo una botellita que contiene mis silencios, porque un buen día, comprendí que guardar silencio es mucho más digno que intercambiar necedades, y desde entonces, lo he atesorado y he desechado las diatribas y peroratas inútiles.

Cuando las palabras son el reflejo del sentimiento o de la razón, hacen vibrar el aire y la conciencia de quien las oye…

¡Oiga!…
Le estaba diciendo, que cuando sus palabras no superen la ecuanimidad de su silencio: ¡no las diga!.

… ¿Me está usted escuchando?…
Debe tener mucho cuidado con lo que me dice. Mire que con sus palabras puede construir afinidades y entrelazar vidas o puede destrozar mi susceptibilidad y traicionar mi confianza...

¡Sí! Es muy riesgoso manejar la palabra; es un arma de dos filos y puede ser letal. De la voz se desprenden afectos argentinos y gratificantes, pero también se desencadenan las más graves notas de desprecio.

¡Si sí! Pero, ¡claro!
Por supuesto que admiro a Marcel Marceau, pero yo no le hago a la mímica. He tratado de sincronizar mis neuronas y mi voz. Antes de hablar, cuantifico la repercusión de mis palabras y si no alcanzan la longitud de onda del Kriptón 86, entonces: me muerdo la lengua, frunzo el ceño y censuro mis palabras con todo el rigor de la Ley Mordaza.

¡Y viceversa! Cuando escucho intrascendencias, entran por un oído, pasan sin dejar rastro alguno en mi memoria, y en cuanto salen por el otro oído, las mando directamente al Corral de la Ignominia.

¡Hey! ¡Hey!…¡Oiga!…
¿No cree que sería mucho más reconfortante, compartir un silencio que enredarse en dimes y diretes?

…¿Se ha quedado usted afónico?…
Entonces, ¡dígame! ¿No le parece que el silencio es una fortaleza inescrutable donde podemos refugiarnos de la ironía, de lo hiriente y de lo absurdo?

¡Épale!
Cuando yo hablo, me gusta que me miren a los ojos…
¡Fíjese bien en lo que he estado diciendo!…
¡Óigame!…
He hablado como chachalaca y usted…¡ni se inmuta!
Después de un incesante bla-bla-blá, he llegado a la conclusión de que ésta boca es mía y usted: ¡ni se entera!

Pero, ¡bueno!…
Usted también tiene derecho a refugiarse en su silencio; eso puedo entenderlo.
Pero…¡dígame!
¿A dónde rayos mandó todas las palabras que le dije?…
¿A dónde?….
¡Ay!… ¡Qué gacho!

25 de Enero de 1999.

Laura M. López Murillo
enalgunlugarlaura@hotmail.com

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