martes, junio 20, 2006

Auditoría interna

En algún lugar, sobre la puerta del refrigerador y sostenida por un magneto, tengo la última factura que me cobró la vida. Aunque ya pagué mis deudas, la conservo ahí, donde siempre puedo verla, como un memorándum de lo cruel que resulta ajustar cuentas con el destino. Siempre creí que el dictámen de mi proceder llegaría hasta el día del juicio final y nunca me preocupé por el balance de mis días.

Así que, ya se imaginará cómo me sorprendí cuando recibí mi estado de cuenta. Sólo de recordarlo… ¡me dan escalofríos!
En el instante en que ví el monto de mi adeudo, me quedé muda porque los ovarios me obstruían la garganta. El impacto emocional me zarandeó los sesos y no pude leer las condiciones de pago porque trataba de evitar que se me salieran los ojos.

¿Cómo dice? …
Mire; si usted está que se lo lleva el diablo porque le mortifica sobremanera todo eso de los créditos, déjeme decirle que éso: ¡no es nada!
Si viera qué altos son los réditos que cobra el destino, porque ahí, donde más le duele, es justamente donde se capitalizan los intereses.

Pero, ¡bueno!…Usted no deje de preocuparse.

¡No! …
Yo no sé quien elabora los estados de cuenta. Podría ser un agrónomo, porque no hay una sóla semilla, buena o mala, cuyo fruto no se coseche. Aunque, viéndolo bien, podría ser un ingeniero en sonido, porque el eco de nuestras palabras, tarde o temprano, nos perfora el tímpano…
¡Vaya usted a saber!

¡Ah! Pero déjeme decirle: así como nos cobran los errores u omisiones, así tambien nos abonan los detalles nobles y sinceros. Y no sé en qué legislación se fundamente; ignoro si se trata de la ley causa-efecto; podrían ser predisposiciones kármicas, o tal vez el filo de la espada de Damócles, pero ante los ojos de la justicia universal, no hay mérito ni bondad que no se recompense, ni deshonestidad que no se castigue.

¿Queeé?…
¡Uff! …
Me salió ¡ca-rí-si-mo!
Me cobraron el uso indebido de berrinches, la desmesurada concesión de confianza a quien no la merece, la privación ilegal de la realidad, la demanda excesiva de respuestas, los silencios innecesarios y las palabras sin convicción… y ya mejor ni me acuerdo, porque me duele el codo y… el ego. Quedé tan frágil después de saldar mi deuda, que tuve que declararme en quiebra.

¡ Y créame! No se lo deseo a nadie.

El ajuste de mis cuentas me exprimió el alma, porque la erogación debe hacerse en especie: ya sea con varios litros de lágrimas, o con una tonelada de remordimientos. Y aunque fue una experiencia extenuante y devastadora: ¡no tiene precio!
Cuando el destino se dió por bien pagado, le imprimió el sello de la serenidad a mi conciencia.

¡Pero fue tan difcil aceptar la bancarrota! …

Volver a empezar a partir de cero, me exigió duplicar mis esfuerzos y mi buena voluntad. Sin un patrimonio que respaldara mi existencia, tuve que vivir al día, pero aprendí a concederle a los acontecimientos, su justo valor. Reestructuré mi organigrama y sólo conservé los afectos sinceros.

A partir de entonces, he procurado sanear mis finanzas y llevar un balance de mis actitudes. No tengo ni la menor idea de mi saldo, pero de vez en cuando, me hago una auditoría interna con la finalidad de elevar el índice de mi calidad humana.

Pero ¡éso sí le digo! No me vuelve a pasar.

Por eso, tengo la factura a la vista, y por éso, lo pienso dos veces antes de pasarme de lanza. Además, estoy buscando a un experto en finanzas para que me ayude a renegociar mis pasivos y un monge tibetano me está enseñando a fortalecer mi espíritu.

Y usted…¿tiene algún indicio del estado en que se encuentran las finanzas de su vida?

25 de Septiembre de 1998.

Laura M. López Murillo
enalgunlugarlaura@hotmail.com

2 comentarios:

Joseph Seewool dijo...

Reconozco la ley que usted menciona. En otra época intenté escapar a ella…y no pude. Está en nuestro interior.
Ah, pero discrepo de la interpretación que usted hace de su balance. Usted al menos ha vivido intensamente. Ha ingresado y ha gastado, qué importa el saldo.
En mi caso comprobé que el no uso del debido berrinche también se paga, “represión” le llaman a ese gasto energético. La desconfianza injustificada también. Y por supuesto el exceso de realidad, muy caro, por cierto, bajo el concepto de “pérdida de ilusión”.
Conozco otros que por no asumir el riesgo de perder no han ganado nunca nada, en su cuenta no ha habido movimiento alguno, ni a favor ni en contra. Eso es triste: tal vez tengan finanzas, pero no es vida.
Por eso le digo: no ahorre demasiado, tampoco escatime. La moneda se devalúa con el paso del tiempo. Haga una buena inversión, eso sí.

Laura M. López-Murillo dijo...

Joseph:
Estoy absolutamente de acuerdo! Siempre hace falta una perspectiva diferente para lograr un balance en la vida.
Muchísimas gracias por su atención. Sus comentarios enriquecieron este relato.
Un saludote:
Desde algún lugar...
Laura M. López Murillo