“Produce una
inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla
mientras el género humano no la escucha.”
Víctor Hugo
En algún lugar tranquilo, el
silencio esparce serenidad y el aire transporta la leve sensación de confianza;
la ausencia de conmociones y ruidos restablece la belleza que los caprichos
humanos arrebataron a la naturaleza…
La propagación del
coronavirus confinó a todos los habitantes del planeta en sus hogares. Alejados
de los sitios frecuentados y distanciados los unos de los otros, permanecemos
en el recinto que nos brinda protección. Mientras nos refugiamos, la naturaleza
se alivia de los estragos que causamos y las especies en todo el planeta recuperan
el territorio perdido.
La cuarentena le ha dado un
breve alivio al planeta que recupera la calma perdida por la intromisión de los
humanos, y sin su perniciosa presencia, resurge la majestuosidad de la
naturaleza; el mundo entero está en calma, mejoró significativamente la calidad
del aire y la contaminación por el ruido llegó a niveles ínfimos en las calles desiertas.
Y los tenues acordes de este
silencio amenizan una celebración mundial: los camellos juegan en las playas vacías
de Marruecos; una hermosa ballena juega, baila y se contonea en la Marina de
San Carlos; los leones aprovechan la ausencia de visitantes y duermen
plácidamente en uno de los caminos de Parque Nacional Kruger en Sudáfrica; una
manada de elefantes atraviesa una autopista en Tailandia; los zorros se acercan
curiosos a los patios y jardines en Ushuaia; un pavorreal hace gala a su nombre
y se pavonea recorriendo las calles de Madrid; las focas aplauden contentas mientras
toman el sol en los islotes del Pacifico… y todos ellos, disfrutan las bondades
del planeta gracias a nuestra ausencia.
Estas
escenas confirman que el virus más letal en este planeta proviene del
depredador más inclemente, que la invasión más cruel redujo los espacios
naturales con proyectos urbanos para conglomerados bestiales. Los estragos de
la humanidad en el planeta destrozaron la armonía y el equilibrio biológicos,
alterando el clima y extinguiendo a las especies que no tuvieron el tiempo
suficiente para mutar y adaptarse a un entorno artificialmente impuesto.
Y así
estábamos cuando llegó el Día Internacional de la Madre Tierra y en esta ocasión
se enfatizaron los estragos de la devastación humana ¿Acaso esta pandemia es el
eco de un reclamo que hemos ignorado en nombre del progreso? ¿Llegó el momento
de enfrentar las consecuencias de nuestros excesos? ¿Nos percataremos, por fin,
de los estragos del confinamiento? ¿Nos compadeceremos de todos los animales que
viven cautivos y confinados?
La advertencia es latente: Debemos cuidar a la
Madre Tierra porque la posibilidad de migrar a otro planeta es realmente imposible.
Las secuelas de la pandemia reconfigurarán las prioridades y las actitudes; por
lo pronto, le regalamos al planeta un insólito lapso de alivio y resurge la
belleza que los caprichos humanos arrebataron a la naturaleza…
Quédese
en casa: La humanidad y el planeta claman por alivio.
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