En algún lugar aislado, sin
más compañía que los pensamientos, rodeada de las ideas que permanecían
agazapadas, me dispongo a redescubrir lo que alguna vez pospuse, y ahora, en la solitaria autoría del que escribe, extiendo
las fronteras de mi mundo para reencontrar los confines de la proximidad…
En la escala geológica del
tiempo se han registrado las extinciones que modificaron la faz de la Tierra
devastando a la mayoría de las formas de vida; esos cataclismos se
desencadenaron por las fuerzas incontenibles del planeta, los cambios fueron
inminentes, repentinos, inesperados y solo sobrevivieron aquellas especies que
se adaptaron al nuevo entorno. Elizabeth Kolbert, ganadora del Premio Pulitzer
en 2015, sorprendió al mundo cuando demostró los estragos de los patrones de
consumo de la humanidad en los ecosistemas y en la biodiversidad. La
investigación de Kolbert confirmó que la sexta extinción, provocada por la
humanidad, es paulatina como el cambio climático e irreversible como la
desaparición de especies.
Ahora, en plena era
Antropozoica (así llamada por la aparición del homo sapiens), la pandemia del
coronavirus se incorpora a todos los males provocados por nuestra especie y nos
encontramos, súbitamente, en el umbral de la próxima mutación. Pero la mutación
del Holoceno impondrá cambios sociales y la adaptación al aislamiento.
Nuestra especie, como todos
los seres vivos, es gregaria; somos un animal social por naturaleza, pero ahora,
el aristotélico ser político deberá adaptarse al aislamiento y superar las
ansiedades, las angustias y las frustraciones que el confinamiento provoca. El
tiempo se extenderá a límites inimaginables y el ocio absorberá la mayoría de
las horas; como una de las secuelas del distanciamiento, la voz interior
trascenderá todos los ruidos y será inevitable escucharla en un reencuentro
inesperado con uno mismo. Y así, la soledad relativa será el detonante de una mutación
social y resurgirá la empatía con la que alguna vez iniciamos el trayecto hacia
la civilización.
Somos una especie con un optimismo,
arraigado y temerario; por eso, aprovecharemos la inaudita posibilidad de
confirmar leyes darwinianas a flor de piel, porque la soledad relativa también
provocará cambios en otros tejidos, órganos y sistemas: se agudizarán los
sentidos para percibir a distancia lo que antes era cercano, aprenderemos a
interpretar con la vista y el oído todo lo que percibíamos con el tacto. Además, la sobrevivencia exige la
reingeniería de los hábitos: un conglomerado de prosumidores acostumbrados a la
inmediatez debe aprender a esperar y a posponer; el plazo incierto de la
contingencia obligará a moderar y racionalizar el consumo extirpando el egoísmo
y el dispendio.
En México apenas iniciamos
el periodo de confinamiento riguroso y las secuelas empiezan a registrarse
gracias a la tecnología: los encuentros que eran presenciales hoy son
virtuales, la comunidad se reúne en la ubicuidad y las distancias se
desvanecen. Y ahora, en la solitaria autoría del que espera, se extienden las
fronteras de la soledad para reencontrar los confines de la proximidad…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario