“Un virus es
un trozo de ácido nucleico rodeado de malas noticias.”
Peter Brian
Medawar
En
algún lugar vulnerable se desencadenaron los vestigios olvidados del instinto
primigenio; súbitamente, la sobrevivencia adquirió
preponderancia imponiendo distancias y reinventando la calidez de la cercanía…
Con la
inminente propagación global del coronavirus aparecieron efectos secundarios,
algunos insufribles y otros, verdaderamente increíbles como las elucubraciones que
afirman que los gobiernos (sin especificar cuáles) son los autores del virus para
usarlo como arma biológica; y no faltaron las teorías de la conspiración que
descifran los designios encriptados en las manifestaciones del covid-19 que auguran el advenimiento de un
fundamentalismo, enfatizando que el nombre (coronavirus)es el presagio del
próximo déspota que controlará el mundo.
Los
efectos secundarios se agudizaron cuando se registraron los primeros
fallecimientos por covid-19: proliferó el desconcierto con las interrogantes sobre
el contagio, los síntomas, el tratamiento y la prevención. Entonces, las
mascarillas para cubrir la boca y el gel anti bacterial se agotaron en cuestión
en horas; poco después y al margen de los reportes oficiales, una fuente
desconocida divulgó información “clasificada” provocando la imperiosa necesidad
de comprar y almacenar papel higiénico pero ningún epidemiólogo justifica la
magnitud ni la intensidad de esa desquiciada reacción colectiva.
Para
atenuar los efectos indeseables de la virulencia de mitos y rumores, los
expertos afirman que la propagación del virus es inevitable, que todavía no hay
un tratamiento y que la vacuna desarrollada por científicos en Shangai apenas está
en fase experimental y se someterá a ensayos clínicos hasta abril, por lo que la
prevención es vital y el único antídoto comprobado es el aislamiento. México se
encuentra en la fase de contingencia 1 (presencia de covid-19 en casos
importados) y ya se implementó “la sana distancia” como medida de prevención.
Hasta el momento de escribir esta columna, varias instituciones educativas,
negocios, algunos gobiernos, autoridades, y la inmensa mayoría de mexicanos,
implementaron el distanciamiento social (precaución de la fase de contingencia
2) para evitar en todo lo posible, el flagelo de la epidemia en la fase de
contingencia 3.
Por lo pronto, la
prudencia será el ingrediente esencial contra la virulencia de covid-19. La
cercanía, los besos y los abrazos están restringidos a personas libres de toda
sospecha de contagio y el coronavirus impone la modificación inmediata de
hábitos: lavar y desinfectar las manos con frecuencia, evitar tocarse la cara,
abrir las puertas con los codos, limpieza exhaustiva de superficies de contacto
y observar la rigurosa etiqueta de los estornudos.
Esta crisis revela que los
estragos del pánico y que hoy, la importancia de la empatía es vital; que es
urgente recuperar el afán por el bien común porque el
único antídoto en esta pandemia es la consideración, entendida como la
inclusión de los otros en el universo personal porque la sobrevivencia
dependerá de la adaptación y de la mutación cultural que nos infunda la moderación,
la prudencia,
y el ingenio para reinventar la calidez de la cercanía…
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