“Nos
encontramos, más que nunca en la historia,
en una
situación de verdadera disyuntiva:
O unimos
nuestras manos o nos unimos a la comitiva fúnebre
de nuestro propio entierro en una misma y
colosal fosa común.”
Zygmunt
Bauman
Desde
el siglo XX, los científicos revelaron el carácter instrumental de la ciencia
para la dominación y el exterminio, y los filósofos detectaron los mecanismos
del control social en las leyes del mercado. Como en todos los relatos, las
advertencias se extinguieron por la indiferencia globalmente deliberada. Ahora,
la distopía se vuelve realidad por los estragos de un virus y el miedo que
propaga es más efectivo que todas las teorías de los científicos y de los
filósofos; el peligro es inminente y el cambio es inmediato.
Todos los días se descubre
alguna característica del coronavirus, se comparten estadísticas del contagio, se
revelan avances en la curación, se identifican sus estragos y secuelas porque enfrentamos
una amenaza insólita, jamás imaginada, que trastornó las prioridades de un
mundo erigido en la frivolidad del consumo. La irrupción del coronavirus en el
planeta y la dispersión del miedo modificaron significativamente la escala de
necesidades; ahora, la protección de la vida es la única prioridad y las
esperanzas del mundo dependen de la búsqueda exhaustiva de los científicos para
encontrar la vacuna.
Guiados por la advertencia científica
extendimos el rango de la cercanía evitando el contacto con los demás y
encontramos el antídoto contra la indefensión en el confinamiento voluntario. Y
el miedo, que es la señal de alerta más efectiva en todas las especies, modificó
inmediatamente usos, costumbres, hábitos y vicios; en una mutación social sin
precedentes, reconfiguramos la escala de actividades esenciales y nos adaptamos
a las nuevas exigencias del entorno.
Reaprendemos a convivir
alejados los unos de los otros, recuperamos la empatía respetando los límites
del distanciamiento físico y lo hacemos convencidos pero anhelando que estas
circunstancias sean temporales y que en un futuro cercano, erradicaremos la
amenaza, extirparemos el miedo y volverá la normalidad… aunque todo indica que el
retorno a la normalidad perdida es una cuestión impredecible.
La normalidad que anhelamos
no será la misma que tuvimos. En el desenlace de esta distopía se vislumbra la
mutación social de los humanos como seres gregarios que deben adaptarse a una
cercanía distante; será muy riesgoso el contacto y las muchedumbres, improbables:
ni juntos ni revueltos. Desde ya, se reacondicionan los espacios, los horarios
y los turnos en las escuelas, en las oficinas y en la industria para funcionar dentro
de los límites de la sana distancia; atendiendo a las advertencias de la
ciencia, se reconstruyen las costumbres y las actitudes porque la sobrevivencia
dependerá de la adaptación a los bemoles inéditos de la normalidad venidera…
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