En algún lugar dominical se abrazaron las voces
femeninas y al caer la tarde, el eco de la dignidad herida reivindicó un
reclamo ancestral…
El domingo 8 de marzo caminé
junto a muchas mujeres compartiendo un reclamo legendario; grité exigiendo
respeto y justicia alentada por la empatía de un duelo compartido; todas éramos
diferentes y sin conocernos, surgió un aprecio espontáneo; la confianza
recíproca nos hermanó con un lazo auténtico que se manifestó el día siguiente.
Y nos ausentamos del mundo
circundante en una adhesión masiva y su magnitud revela la incidencia de los
abusos a la mujer: a todas, en algún momento, nos han demeritado, reprimido,
ofendido, lastimado. La violencia, en todas sus manifestaciones y tonalidades,
es un elemento persistente en la cotidianidad femenina: tolerado, oculto y
agazapado en el último rincón de la memoria.
Ahora, la ausencia
deliberada de las mujeres en la esfera pública se impone como un punto sin retorno
a partir del cual, erradiquemos los modelos y estereotipos denigrantes. Quiero
creer que en el hogar convergerán dos voluntades que se complementarán, dos lealtades
recíprocas, sin servidumbre ni dominio con el único afán de formar seres humanos,
con todo lo que ello implica. La persistencia del machismo declinará cuando las
madres y los padres pregonen con el ejemplo e infundan en sus hijos el respeto a
la dignidad de los semejantes; cuando el talento emerja sin las distinciones del
género; cuando extirpemos los prejuicios impuestos por especímenes alfa ancestrales.
Porque lo único que nos
distingue de los primeros sapiens es la organización social. Alguna vez, cuando
la perpetuación de la especie era la prioridad absoluta, se veneraba la
fertilidad de las venus paleolíticas; durante siglos, la maternidad fue la única
certeza para secuenciar el linaje. Cuando la guerra se erigió como la industria
más lucrativa, el patriarcado emerge y se impone por cuestiones patrimoniales: para
garantizar, sin duda alguna, la paternidad del primogénito que heredaría la
riqueza familiar.
Pero el criterio patriarcal
aún se impone y dispone. El gran patriarca de la 4T demeritó la marcha y el
paro nacional de mujeres; no conforme, le adjudica motivos subversivos y la
nefasta intención de derrocar a su régimen, como lo declaró un célebre
personaje digno de toda nuestra confianza: una mujer encapuchada que fue entrevistada
durante la marcha del domingo que así, le proporcionó al mandatario el elemento
vital para la manipulación goebbeliana, tergiversando los hechos como ataques
siniestros a su régimen en el cuento sexenal de nunca acabar.
Aclaro: la reivindicación
de la mujer es una tarea postergada por siglos, la violencia por motivos de
género es una perversión de nuestra especie que se agudiza exponencialmente. La
causa no se le atribuye a la 4T pero tampoco su solución porque será un largo proceso
social y la anhelada secuencia cultural nos involucra a todas y todos: la
siguiente mutación de nuestra especie será el advenimiento de la igualdad de
los géneros como una prerrogativa de la condición humana atendiendo, por fin, al
eco de la dignidad herida como un reclamo ancestral…
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