miércoles, agosto 23, 2006

Darwin globalizado

En algún lugar de la hegemonía, más allá de la oferta y la demanda, donde se estandartizan los criterios y se uniforman las actitudes, las leyes del mercado transforman a los individuos en consumidores y cuantifican con precisión implacable el destino de las multitudes involucradas en la globalización.

Desde siempre, el comercio ha logrado el acercamiento entre pueblos distantes y ha facilitado la comprensión de costumbres ajenas y extrañas; de aquel diálogo entre las culturas la idiosincrasia se tornó receptiva y el criterio adquirió amplitud y apertura.

Y así, de cuando en cuando, la humanidad debe adaptarse a los nuevos entornos sociales provocados por las transformaciones en la actividad económica: los gremios artesanales se desvanecieron cuando los primeros intrépidos con visión y dinero instalaron las primeras fábricas; el arte se cotizó en el mercado cuando los artistas se divorciaron de los príncipes y de los mecenas; y hoy por hoy, debemos adaptarnos al entorno globalizado y pensar que ya nada es para siempre, que todo lo que existe en el mundo tiene un precio, y que la obsolescencia es inmediata.

Porque la globalización, por todos tan temida y por pocos bien ponderada, ya llegó para quedarse, con sus virtudes y sus vicios, sus bondades y sus calamidades. Es por eso que se ha esparcido una nueva ideología en la que nada es indispensable y todo es desechable; también por eso, se desvanecen las identidades en un inconsciente colectivo efímero, manipulable, voluble y fugaz; pero sobre todo, es por eso que los seres humanos, ahora consumidores, se clasifican únicamente de acuerdo a sus hábitos de consumo.

Es cierto que ahora no hay fronteras que limiten la comunicación, y que el tiempo y las distancias son, literal y efectivamente, relativos; pero también es cierto que el acceso indiscriminado a la información actualizada vertiginosamente reduce el lapso de tiempo que el cerebro humano requiere para la reflexión.

Es verdad que ahora es posible encontrar una matrushka rusa en el aparador de una de las boutiques de una importante cadena de tarugadas en cualquiera de las plazas comerciales del mundo civilizado; pero también es innegable que la versión actualizada de la vida transcurre en esas esplendorosas e imponentes plazas construidas con el mismo diseño y colores similares, en un ambiente impersonal provocado por la misma mezcla de helio que enfría el aire respirable.

Por lo tanto: aceptemos que la globalización es mucho más que una palabreja dominguera de algún intelectualoide trasnochado, y para involucrarnos en este desgarriate es necesario reconocer que como país en la ubicuidad del mercado mundial, no tenemos el liderazgo en ninguna de las actividades productivas, que arrastramos un vergonzoso rezago educativo y conservamos al alza el índice de la población en condiciones de pobreza extrema… Luego entonces: en éstas nefastas condiciones: ¿es posible, justo y necesario buscar el sueño globalizado?

Es posible, es justo y es necesario. Porque en estos días globalizados Darwin sigue vigente, y debemos adaptarnos para no sucumbir en esta aldea sin fronteras saturada de mercancías, bajo la sombra de una hegemonía que impone usos y costumbres, estandariza criterios y dicta el rumbo y del pensamiento.

Para adaptarnos, dejemos de llorar por las carencias, y en cambio, valoremos nuestras aptitudes y suficiencias, porque no todo lo que se vende es tangible y concreto. Para integrarse al mundo globalizado sería suficiente identificar una necesidad que podamos satisfacer y cotizarnos en el mercado.

Y de una vez por todas, dejemos de luchar contra lo inexorable y evolucionemos, porque hoy por hoy, en este planeta, el tiempo ya es asincrónico, ahora el espacio es virtual, lo único que no se detiene es la globalización, y los actuales pecados capitales son el anacronismo y el aislamiento.

28 de Agosto del 2005

Laura M López Murillo
enalgunlugarlaura@hotmail.com

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