miércoles, agosto 23, 2006

Negra consentida

En algún lugar de la política, donde la diplomacia se ampara bajo las vicisitudes del idioma, existe un patrón de medida para calcular, entre otras cosas, el tamaño del miedo, la firmeza de las convicciones y los límites de la ambición.

Existen mil y un palabras para decir y desdecir lo dicho, para desviar la atención y para suavizar la vergüenza; sin embargo, las intenciones que motivaron una desafortunada declaración yacen por debajo del escarnio y el ridículo, porque la discriminación y la xenofobia de los norteamericanos se desvanecieron ante la indignación exacerbada de los presuntos ofendidos.

Es obvio que nuestro mandatario es un personaje empresarial sui generis y que la lectura no es uno de sus hábitos, que no tiene a un funcionario pensante encargado de la redacción de sus discursos, y tal parece que nadie en el gabinete es capaz de hilvanarle dos frases coherentes y que el drama literario del sexenio podría titularse: “Fox no tiene quien le escriba”. Sin embargo, el error en la famosa declaración discriminatoria consiste, tan sólo, en las atribuciones de un adjetivo.

Y después de tantas alharacas, diatribas y peroratas vacías, el único dato firme indica que la discrepancia en los idiomas corresponde a la diferencia en las idiosincrasias. Mientras en el territorio estadounidense el adjetivo “negro” es considerado un peyorativo despótico y ofensivo, aquí en México, es un color de la piel que denota calidez… allá dicen negro para ofender, y en mi casa me dicen negra de cariño. Porque las palabras de un idioma también expresan la condición humana de los hablantes. Más allá de los signos y los sintagmas, el lenguaje comunica el estado anímico del inconsciente colectivo.

Y en el idioma español, en toda Hispanoamérica, la cantidad de modismos se reproduce paulatina y consuetudinariamente, porque tenemos quinientos años asimilando a nuestro idioma las voces extranjeras y adaptando a nuestra cotidianidad las ideas ajenas. Tenemos una historia plena en sincretismos, un lenguaje pletórico y expresivo y una mentalidad incluyente, porque somos una nación de piel de bronce y corazón cálido que aprendió a querer a los extraños.

El ridículo y el escándalo político por una palabreja y la calidad oficial de una disculpa hicieron evidentes las profundas diferencias entre nuestro idioma e idiosincrasia respecto al país norteamericano. Mientras aquí se fundieron todas las razas creando una nación mestiza, allá se dedicaron a exterminar a los pobladores originales del suelo americano; cuando acá se asimilaron las costumbres y las ideas de los extranjeros, allá desterraron la cultura y la filosofía de los pueblos autóctonos para instaurar un compendio de hábitos incomprensibles importados por los contingentes de inmigrantes que se adjudicaron aquel territorio.

Además de las idiosincrasias, las pasiones y las emociones son diferentes: mientras aquí somos expertos en invasiones, allá son expansionistas por naturaleza. Por eso, mientras aquí una invasión es una de tantas contingencias; allá, el tamaño del miedo a una invasión equivale a la longitud del muro fronterizo que pretenden construir.

Y aunque esgriman todos los argumentos disponibles en su idioma, persiste en Norteamérica la naturaleza racista de sus convicciones. Porque las cacerías de ilegales, el rechazo y la explotación a los indocumentados en cuyo trabajo se sustenta su economía, el silencio y la indiferencia de toda la población ante los abusos y la xenofobia, son los síntomas inequívocos de una actitud generalizada, de un perverso inconsciente colectivo.

Por eso, debemos ignorar los parámetros económicos que determinan el desarrollo de los países; son más contundentes las palabras que revelan la condición humana de los pobladores…

¿Yo? … No me siento ni más menos que nadie, pero cuando estoy triste, en encanta que me canten “Negra Consentida”.

6 de Octubre del 2005

Laura M. López Murillo
enalgunlugarlaura@hotmail.com

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