miércoles, agosto 23, 2006

Ofensiva Global

En algún lugar del aire, cuando las ondas del sonido se impregnan con la intensidad de la luz, surge el espectáculo en audio y video que se dispersa en todas direcciones; y suele suceder, que la velocidad y el impacto de las imágenes superan a la realidad y disuelven la reflexión.

De la difusión indiscriminada de imágenes y sonidos a la velocidad de la luz surge la quintaesencia de la globalización: la multitud de espectadores que reciben un bombardeo virtual de información creen que todo lo que aparece en la pantalla del televisor es cierto, que nada debe cuestionarse y que sólo existe la versión de los hechos que ahí se exhibe.

El poder de convocatoria de los medios masivos de comunicación, esencialmente la televisión, se constata en la reacción de la ciudadanía ante hechos concretos: del inconmensurable contingente de telespectadores, la gran mayoría adopta como propia la opinión de los medios informativos y acepta como válida e irrefutable la versión parcial y distorsionada de la realidad que ahí le presentaron.

El impacto de los mensajes difundidos por televisión adquiere matices escabrosos debido a la ausencia de ética y la carencia absoluta de profesionalismo que se materializan en la voz hueca de comunicadores sin criterio cuya única aptitud es la lectura de textos, quienes, en un ataque de nalgaprontismo y por gozar de sus respectivos quince minutos de fama, han sometido la frágil conexión entre sus dos únicas neuronas al servicio de un patrón deshonesto y cínico.

Entonces: a la percepción de miles de televidentes llegan los mensajes que distorsionan la realidad; y nadie duda de la veracidad del mensaje porque el medio de difusión lo legitima.

Si en alguna época de la historia, la humanidad se dividía en función del esfuerzo en trabajadores y patrones, ahora, la humanidad avanza hacia la tenue línea que segrega a los incautos, y que separa al homo videns del homo sapiens.

La crueldad de esta discriminación mediatizada reside en el criterio dominante, que es, el criterio de un grupo o de un tipejo, de fulanos sin escrúpulos que sólo piensan en vender entretenimiento de baja calidad y que no dudan en imponer su versión personal de la realidad en la transmisión de programas baratos que demeritan la loable tarea de comunicar y la honorable profesión de informar.

Es entonces, cuando la globalización exhibe la cara oculta de su bifrontismo y de su doble moral. Un raudal de datos e información se contaminan con una visión parcial y obtusa; y en una campaña permanente e incesante, pretenden idiotizar al auditorio cautivo. Sin una pizca de ética, la telecracia nos vende mentiras posmodernas: que el éxito consiste en comprar todas las madreolas que anuncian, que la felicidad consiste en tener una sedosa y lacia melena y que la neta del planeta puede reducirse a las tarugadas previamente ensayadas de un reality show… ¿Qué cómo descubrí este perversidad galopante?... ¡Lo ví en la tele!

1 de mayo del 2005

Laura M López Murillo
enalgunlugarlaura@hotmail.com

No hay comentarios.: